Editorial 208

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Estimados miembros de la Familia Salesiana, amigos de Don Bosco:

Escribo esta editorial luego de tres meses de confinamiento y en medio de una de las peores crisis sanitarias, sociales y económicas que ha vivido nuestro mundo y Chile en particular. La crisis de los abusos en la Iglesia, el estallido social y la pandemia del Covid-19 nos han puesto en un contexto de incertidumbre. En estos momentos surgen las preguntas acerca de cómo podemos enfrentar este contexto y qué podemos aportar.

Creo que como discípulos de Jesús podemos proveer una actitud de vida, un análisis de la realidad y un discurso que pueda interpretar y dar sentido a estos “signos de los tiempos”. Ahora más que nunca toca “dar razón de nuestra esperanza”. Un pedacito de cielo lo arregla todo, decía Don Bosco.

La visión cristiana es escatológica. Esto nos permite mirar el presente con perspectiva de futuro, no solo histórica, sino trascendentalmente. Es parte de la revelación: nuestra historia es una historia de salvación. Todo lo que se pueda estimar de grande o valioso en el mundo queda reducido, excepto el amor y la fidelidad. Cuando se anticipa el final de los tiempos, lo único que cuenta es el Dios que se asoma al final del camino y nos anima a acercarnos a Él.

También los momentos de gran dificultad podemos percibirlos como signos que nos invitan a la conversión, a un cambio radical de perspectiva y a un comportamiento diverso. La tradición cristiana ha entendido repetidamente las grandes pruebas históricas que ha sufrido la Iglesia y la sociedad como invitaciones a revisar comportamientos que se asumían de forma demasiado tranquila y estable, para volver la vista hacia Dios y cambiar percepciones y actitudes hasta hacía poco descontadas.

Una tercera clave de lectura de esta realidad, y la más relevante en el intento de iluminar los acontecimientos que vivimos estos días, es la pascua de Cristo. Es paradójico, porque la muerte es condición de la vida, el abajamiento y la humillación son condiciones de la exaltación y la gloria, el sufrimiento es la vía que conduce a la felicidad plena, y la tristeza lo es, a su vez, de la alegría.

Estas son categorías plenamente cristianas y es difícil encontrar paralelismos o similitudes en otras instancias culturales o religiosas. Estamos ante un punto genuino o específico de la fe cristiana, que ahora se pone a prueba. La aplicación del principio pascual es muy familiar para nosotros, los discípulos de Jesús. El paso de la muerte en cruz a la resurrección de Cristo nos invita a pensar que también los momentos más negativos de la existencia personal o colectiva pueden dar paso a una vida nueva, más allá incluso de la muerte.

Una cuarta clave es la que nos invita a compartir y a asumir los dolores y los gestos de entrega a veces heroicos que observamos, como manifestación de la gracia y Espíritu de Dios, que vive entre nosotros.

Esta óptica aprovecha y aplica en sentido fuerte la declaración inicial de la constitución dogmática del Vaticano II, Gaudium et spes: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón (…). La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia” (GS 1).

Como Iglesia podemos hacer no solo una lectura de la situación, sino que solidariamente vivir con fe y esperanza, hasta con alegría, la tragedia de la fragilidad, del dolor y la muerte. La fe aprende en esta situación a estar cerca y compartir, a animar a todos y anunciar esperanza. Esta es una ocasión única para discernir la presencia de Dios tanto en los que más sufren como en los que más aman y sirven a los demás. Esto nos salva del sin sentido, de la negación de la vida y del egoísmo.

Estos tiempos están poniendo a prueba muchas realidades, muchas propuestas y no estamos seguros de cómo viviremos o cómo nos sentiremos después de esto. Lo cierto es que un resultado importante de este estado de cosas es que ha obligado a replantear nuestra fe en Jesucristo como una “experiencia de salvación” y no solo como una experiencia de tipo “espiritual”. En ese sentido, nuestra fe recupera su carácter genuino, a condición de que sepa realmente ayudar a las personas de nuestro tiempo a afrontar y superar sus dificultades.

Les bendice, P. Carlo Lira Airola, Inspector

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