Entendí un poco más lo que pudo sentir Don Bosco

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VERSIÓN INTERACTIVA

Un día después de la gran solemnidad de Don Bosco, celebrada el 31 de enero, viví una mañana especial. Tuve permiso para acercarme al Instituto Penitenciario de Menores “Ferrante Aporti”, en Turín, y compartir con un grupo de jóvenes. Mismo lugar que visitó nuestro fundador por última vez en 1855.

Para quienes conocemos los primeros años de Juan Bosco como sacerdote sabemos lo que significaron sus visitas a la cárcel “La Generala”, como se llamaba entonces el recinto, acompañado de su maestro espiritual, don Giuseppe Cafasso. Fue tan grande el impacto allí vivido, que prometió a Dios hacer todo lo posible para que los muchachos no llegaran a ese lugar. Así nacieron el Oratorio y el Sistema Preventivo, pilar de nuestro sistema educativo.

Don Silvano, salesiano de Don Bosco y capellán del centro, quien organizó todos los permisos, me esperaba junto a los novicios salesianos que viven durante este año la preparación a su primera profesión religiosa. Un grupo de 18 jóvenes que van todas las semanas a encontrar a los internos en una iniciativa que han llamado “El patio detrás de las rejas”.

Todos los ‘internos’ son mucho más jóvenes que los novicios que Don Bosco tiene (¡me gusta decirlo así!), y la gran mayoría no tienen familia cercana. Muy similar a lo que vivió Don Bosco.

La presencia del carisma salesiano en el “Ferrante” nunca ha fallado. Una placa en el ala más antigua del instituto recuerda y conmemora las visitas que San Juan Bosco hizo a la entonces “Generala”, y es tradición que los capellanes sean miembros de nuestra congregación.

En la jornada también estaban los educadores que acompañan el día a día de los jóvenes. A mi llegada, varios de ellos se encontraban en el pasillo y otros en un salón que se usa para actividades artísticas. Saludé personalmente a cada uno. Había quienes provenían del mundo árabe y musulmán, así como europeos e italianos.

“He estado en sus hermosos países para visitar nuestras comunidades y a nuestros jóvenes. Sé algunas palabras de vuestros idiomas: soy español, nací en Galicia, hijo de un pescador… Estudié teología y filosofía, pero sé mucho más de pesca, porque me la enseñó mi padre”, les dije.

Ellos también me contaron de sus vidas. Sentí que la comunicación era posible. Anteriormente, los tres novicios habían representado teatralmente una pequeña escena de la vida de Don Bosco y también hubo bailes y alegría. Seguidamente me dieron la palabra y la oportunidad a que los jóvenes me hicieran preguntas. ¿Quién es Don Bosco para mí? ¿Por qué soy salesiano? ¿Qué sentía al vivir lo que vivo? ¿Por qué había venido a visitarlos?

Respecto de esta última pregunta les dije que me habría gustado mucho más que en vez de haber venido yo a visitarlos, hubieran sido ellos quienes en otra situación celebraran la Fiesta de Don Bosco, en el patio, con un hermoso encuentro y compartiendo un poco de pizza. Les aseguré que esta vez no había sido posible, pero que nada impedía que pudiera ser más adelante.

Después de dialogar diversas experiencias y resolver sus inquietudes, los educadores nos invitaron a compartir el almuerzo. Nos hicimos varias fotografías y uno de los jóvenes me regaló una camiseta deportiva que había sido serigrafiada por él. En un momento, otro joven me dijo si podía hacerme una pregunta que no quiso hacer en público. Nos separamos un poco del grupo y le hablé con sinceridad.

“¿Para qué me sirve estar aquí?”, preguntó. Le dije: “Creo con sinceridad que para nada y para mucho. Para nada, porque la cárcel no puede ser meta ni lugar de llegada, sino de paso. Pero creo que te servirá mucho, porque te ayudará a decidir que aquí ya no quieres volver, que tienes posibilidades en otro futuro mejor, que después de unos meses aquí está la posibilidad de ir a alguna de las comunidades de acogida que nosotros los salesianos tenemos”.

En cuanto dije eso, el joven añadió: “Yo quiero eso, necesito eso, porque he estado en el lugar equivocado y con gente equivocada”.

Me di cuenta de que es cierto lo que Don Bosco nos decía, que en el corazón de cada joven siempre hay semillas de bondad. Ese joven, y otros muchos que conocí, son totalmente ‘recuperables’ si tienen la oportunidad justa, después de los errores cometidos. Entendí mejor que nunca lo que pudo sentir Juan Bosco, su joven y apasionado corazón, al ver a aquellos jóvenes de la ‘Generala’ encerrados.

Don Bosco intuyó que si ellos hubieran tenido una familia sólida, una comunidad acogedora y una escuela con adultos significativos no habría cárceles. Y fue a partir de aquellas tardes pasadas con los “jóvenes traviesos e inseguros” que el santo inventó el Oratorio.

No hay buenos y malos chicos, sino jóvenes que han tenido menos y, como decía nuestro santo, “en todo joven, incluso en el más desdichado, hay un punto accesible al bien y el deber primario del educador es buscar este punto, la cuerda sensible de este corazón y sacar provecho de ello”.

Me despedí de todos y uno se acercó y me preguntó cuándo volvía. Me conmoví. Le sonreí y le dije: “La próxima vez que me invitéis, aquí me tendréis, y mientras tanto yo os espero, como Don Bosco, en Valdocco”.

Amigos y amigas del Boletín Salesiano y del carisma de Don Bosco, como ayer, también hoy es posible llegar al corazón de cada joven. Aun en las mayores dificultades, se puede mejorar y cambiar para vivir honestamente. Don Bosco lo sabía y se empeñó en eso toda su vida. Reciban mi cordial saludos y mejores deseos.

VERSIÓN INTERACTIVA

P. Ángel Fernández Artime, Rector Mayor de los Salesianos.

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