Jóvenes profetas de esperanza

Hands together with a small mound of earth with a golden flash in the shape of a cross on a background of earth. Jesus resurrection concept. Horizontal composition. Top view. 

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La juventud se caracteriza por su voz denunciante y esperanzadora. Es nuestra tarea como Iglesia, el dejarnos evangelizar y renovar por los jóvenes, pues son ellos los verdaderos profetas de la sociedad.

“¿Cómo puede un joven ser un profeta de la esperanza en un mundo donde reinan la corrupción y la injusticia?” (Sínodo de los Obispos, 2018: n. 78). Más allá de un sano cuestionamiento, resulta ser una pregunta movilizadora para la Pastoral Juvenil y comunidad eclesial. Pregunta que nos lleva de una valoración o adhesión afectiva a dar un paso más efectivo en este plano.

Pareciera que algo importante ha de ocurrir en la pastoral para estar a la altura de los desafiantes mundos juveniles actuales, en los que se requieren nuevas maneras de creer y reconocer la acción de Dios en la historia.

¿Qué significa ser profeta?

La definición clásica nos dirá que profeta es una persona que predice o interpreta hechos a través de la inspiración de alguna divinidad. La palabra deriva del griego “profetes”, que significa mensajero o portavoz.

En la Biblia, el profeta es un hombre inspirado –”Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir” (Jr 20, 7)–, que habla en nombre de Dios a la comunidad, a la sociedad. Reacciona siempre ante una realidad que no corresponde al reinado de Dios.

En realidad, no poseen poderes para adivinar el futuro, sino que, simplemente, tienen ojos y mente para ver lo que otros no quieren ver ni razonar: “Tienen ojos y no ven, orejas y no oyen” (Jr 5, 21).

Ser profeta es una llamada para mirar nuestra historia y realidad actual. El mundo necesita personas que digan sí a esta vocación que está en nuestro bautismo. Ser profeta es escuchar a Dios, pero para escucharlo hay que encontrarse con Él. Un profeta nunca pronuncia palabras propias, sino la palabra que Dios pone en su boca para que la transmita a la gente de su tiempo.

El profeta es, en definitiva, una persona inspirada, que recibe una palabra de Dios para transmitirla al pueblo y a sus dirigentes respecto de la justicia social y fidelidad a Dios (ambas inseparables). Se trata de alguien con una misión concreta, sin embargo, muchas veces su mensaje tiene pretensiones de universalidad y trasciende las dimensiones del espacio-tiempo, interpelando además a las nuevas generaciones de creyentes que buscan ser fieles a la voluntad de Dios.

Dejarnos evangelizar por los jóvenes hoy

La rebeldía, descontento y esperanza son conceptos o realidades que tradicionalmente se vinculan a los jóvenes, pero ¿qué duda cabe de que la situación actual sugiere razones de sobra para estas expresiones?

¿No es acaso una crítica a la sociedad?, ¿un cuestionamiento al “mundo adulto” de haberles entregado una sociedad que atenta a su desarrollo actual y futuro?, ¿no es una búsqueda esperanzada de una nueva realidad?, ¿no es esto profecía?

Los profetas son personas apasionadas, persistentes, de esas “que luchan toda la vida”, que no están dispuestas a descansar hasta haber extendido sus valores y sueños en la sociedad.

¿Cuántos/as profetas de hoy viven incomodidad, incomprensión, soledad, amenazas, rechazos en la sociedad e Iglesia? Basta considerar lo que vive el Papa Francisco por los cambios que desea llevar a cabo.

Todos los que somos Iglesia tenemos la responsabilidad de dejarnos renovar por los jóvenes (CV, 37): «Son precisamente los jóvenes quienes pueden ayudarla [a la Iglesia] a mantenerse joven, a no caer en la corrupción, a no quedarse, a no enorgullecerse, a no convertirse en secta, a ser más pobre y testimonial, a estar cerca de los últimos y descartados, a luchar por la justicia, a dejarse interpelar con humildad».

A quienes servimos como educadores pastores se nos anima a acompañar a nuestros jóvenes a ser auténticos profetas, porque traen a la Iglesia y sociedad la Palabra de Dios, una palabra de amor incondicional y de denuncia ante el dolor de sus hijos. Rostros creíbles aquí y ahora, cara concreta de la Iglesia en sus entornos.

Leer los signos de los tiempos

Frente a lo que acontece en la realidad presente, los que reaccionan con mayor rapidez son, precisamente, los jóvenes, que miran con ojos de profeta y responden de manera más rápida.

Reconocemos las semillas del Verbo presente en los movimientos sociales juveniles que buscan la construcción de un país más justo y equitativo, por este motivo, podemos gritar proféticamente que hoy es una buena oportunidad para agradecer al mundo joven por empujar la historia, por lo que han hecho y siguen haciendo en Chile, porque en su propia situación adolescencial y juvenil se reconocen las semillas proféticas de la Iglesia, particularmente cuando se vive la amistad con Jesucristo.

¡Yo soy muy joven y no sé hablar! (Jer 1,6)

Los jóvenes denuncian y anuncian con gestos y palabras. Su presencia es una oportunidad en la que Dios se muestra al mundo, hace oír su voz y manifiesta su amor.

Jeremías no recibe la palabra de Dios para sí mismo. El encuentro con Dios y su Palabra nos abre irremediablemente a los otros. El profeta nunca es elegido para disfrutar del privilegio de saberse elegido y cerca de Dios. Es elegido para entregarse a los demás.

Como Familia Salesiana recordamos cómo y cuánto creía Don Bosco en sus muchachos, en sus capacidades, potencial y bondad de su corazón, porque la propia vida del joven trae las posibilidades del profeta.

Necesitamos habitar la vida de los jóvenes y asumir una mirada como profetas de la esperanza para ofrecer la frescura de un carisma que tratamos de encarnar con el deseo de ser Don Bosco hoy. Por eso, vale la pena entrar en una dinámica de permanente y profundo discernimiento personal y pastoral, para mirar la realidad. Para los salesianos, los profetas hoy tienen un rostro, una mentalidad, un corazón, un nombre: los jóvenes, y nos desafían a preguntarnos:

¿Qué actitudes y mentalidades necesitamos convertir a la luz de la fuerza profética que habita en la vida de los jóvenes?

¿Qué procesos y cambios necesitamos realizar en los niveles de servicio, animación y corresponsabilidad social o eclesial?

¿Qué pasos necesitamos dar para cambiar las condiciones estructurales que no permiten “escuchar” o “reconocer” a los profetas de esperanza de hoy?

Allí, donde estemos, en nuestras familias, barrios y comunidades, hagamos vida la promesa de Dios a Jeremías: «No tengas miedo de nadie, pues yo estaré contigo para protegerte. Yo, el Señor, doy mi palabra» (Jr 1,8).

No acallemos esa palabra fresca, turbadora, molesta, que denuncia, advierte y anuncia esperanza. Como el Papa Francisco, digamos a todos ellos -sin miedo y reproche: “Hagan lío”, queridos profetas de esperanza.

Por Equipo Inspectorial de Pastoral Juvenil

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