Esta canción dice más o menos así

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Alejandro Fernández lloraba en televisión porque los mariachis no tenían a quién ir a cantarle. Se postergó Lollapalooza y todos los grandes festivales. Bueno, los pequeños también. Esos de locales chiquitos que llevan ocho meses cerrados. Los músicos siguen creando en casa, pero tocando para nadie. A ratos, para personas que están del otro lado, de manera fría, sin el aplauso que empuja, sin sentir que corean tus canciones. No se trata de dinero, que ya es un gran problema. El drama apunta directo al “porqué hago música” y solo, sentado con la guitarra entre cuatro paredes, ya no caben dudas. La respuesta es clara.

La música ha cambiado y también la forma de generar lucas a partir de ella. En los ’90, el sueño de cualquier chico y su banda era firmar con un sello. No importa si era medio fantasma, lo importante era asegurar una producción importante de cassettes, de discos. Las copias vendidas lo eran todo y así podías sacar cuentas. Hoy no. Spotify aporta algo por cantidad de reproducciones y los conciertos son casi el 70% del ingreso para una banda. En el caso de las pequeñas, lo que les dé el bar es siempre su 100%.

En Inglaterra, Eric Clapton y Sting lideraron la cruzada para que el gobierno ayude a los músicos, por lo que ellos aportan a la cultura. Y ojo, que la música da trabajo a mucha gente, partiendo por técnicos de sonido, roadies que prueban e instalan los instrumentos, taxistas, vendedores y todos los que prestan servicio al público. Eso que no se ve. Un concierto es un aporte al comercio y, en algunos casos, al turismo. La música es lo que nos salva muchas veces durante el encierro, el arte en general. Lo que nos saca del estrés y evita que nos volvamos locos.

Y el músico está haciendo otras cosas, porque en Chile rara vez vive de lo que crea y muchas veces asume que nunca será distinto. Muchos están haciendo talleres de instrumentos a través de Zoom y siempre hay interesados. Otros tocan en sus canales de Instagram pidiendo algún aporte voluntario, otros por nada. Solo por mantenerse vigentes, que no les pierdan la pista. Hay quienes se han animado con algún videoclip y también hay un grupo que hace de Uber o vende productos congelados esperando que todo esto se acabe pronto.

Pero todos, independiente de su método de supervivencia, echan de menos lo mismo. Lo que se extraña es subir al escenario, porque esa sensación no se puede repetir por Zoom. ¿Las lucas?, a la fila. Si al final siempre la plata ha sido para comprar mejores equipos y crear algo mejor. No existe el músico que haya metido sus primeras ganancias en el banco pensando en comprarse un auto o cotizando un viaje. Lo que gana lo gasta en música, para hacer mejor música. No piensa en otra cosa.

Por ese estilo de vida, lo que más extraña no es lo material, es la experiencia única, esa que no puedes entender si no te paras sobre un escenario y ves aunque sea a 10 personas dando vueltas porque tú las haces girar. Mejor si son 20. ¿Te imaginas si llegan a cien? Estar arriba de una tarima es como pararse en la piedra más alta y mirar abajo el mar, sin saber qué va a pasar cuando te lances. Tocar el primer acorde y advertir si la gente empieza a mover un pie, la cabeza, si salta o no le pasa nada con lo que creaste. Si no les pasa nada, te entregas igual. Es tu canción, aunque siempre quieres que también sea de ellos.

De las bofetadas de la vida y el extrañar se aprende. Porque tocar siempre fue lo más normal para un músico, como para un futbolista patear la pelota. Pero vaya qué raro es no poder hacerlo. Tener el instrumento, las canciones, las ganas y mirar la puerta cerrada. No queda más que crear con ganas de llegar con algo nuevo, de imaginarse el día en que la gente salga de la pantalla y esté ahí en la plaza, levantando los brazos, sacando fotos, coreando esa frase que les llega. El regreso será hermoso. La música es generar reacciones, que nunca se nos olvide. El concierto lo hacen los que están arriba y también los que están abajo.

Por Paulo Inostroza, periodista

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