¿Qué haríamos sin los jóvenes en nuestras vidas?

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Quizás les resulte extraño esta pregunta, mis queridas amigas y amigos lectores del Boletín Salesiano, siempre simpatizantes de la grandiosa figura que fue Don Bosco. En mis años de vida he conocido a muchas personas adultas para quienes los jóvenes son grupos humanos, gentes frente a quienes hay que estar atentos, prevenidos, en alerta… Créanme si les digo que esto se percibe más de lo que uno cree. ¿Será por inseguridad, por miedo, por la mentalidad?

Yo me he dicho siempre, y me lo vuelvo a repetir después del reciente Capítulo General 28 que los Salesianos de Don Bosco hemos realizado en los mismos lugares donde nuestro padre vivió con sus muchachos (Valdocco-Turín), que los jóvenes son la razón de nuestra vida. Como le sucedió a Don Bosco con sus “birichini”, ellos nos hacen mejores, ensanchan nuestro corazón, nos hacen más generosos y nos llevan a mirar la vida con esperanza y sonrisa.

De verdad lo creo así. Si un educador salesiano, consagrado o laico, no experimenta esto, entonces sencillamente es alguien que tan solo trabaja y se gana la vida con la educación, pero no vive con pasión el “arte de educar”.

Fueron 16 los jóvenes de cuatro continentes quienes nos acompañaron en el Capítulo General. Jóvenes, entre los 25 y 30 años, que enseguida se relacionaron estupendamente entre ellos y también con nosotros.

Ellos se dieron cuenta de muchas cosas. Una de ellas que me resultó muy interesante fue que les resultaba difícil entenderse entre ellos a causa no solo de la diversidad de lenguas (ya que no todos podían tener el idioma inglés como lengua de intercambio), sino que encontraban una no pequeña dificultad para entender conceptos, mentalidades, costumbres, valores… ¡Y todos eran jóvenes con una edad muy próxima! No había ningún salto generacional.

Hablando conmigo sobre esto, les decía que los podía comprender y les preguntaba si ellos también podían entender a los salesianos que conocían, cuando en una misma comunidad hay personas de diversas edades, nacionalidades y mentalidades. Me decían que nunca lo habían pensado así, pero que ahora lo habían vivido en carne propia.

Es decir, llegamos al acuerdo de que la comunidad y los proyectos en común no se logran por afinidad y simpatía, sino por la elección de una misma causa y similares valores. Lo demás viene fruto del esfuerzo y de la fe.

Esos mismos chicos y chicas nos dijeron también cosas que nos dejaron sin palabras. Quizá las podíamos imaginar, pero escuchadas de sus labios en esa magna asamblea tienen un efecto impactante. Señalaron que de verdad nos querían como educadores, como amigos, como hermanos y como padres, ya que -añadían- los jóvenes de hoy tienen mucha falta de paternidad.

Nos pidieron que seamos sus compañeros de camino. Nos dijeron que no nos necesitan para que les digamos qué tienen que hacer. Que no quieren que les pongamos las cosas fáciles. Que no necesitan que les digamos cómo tienen que pensar y vivir. Pero que sí nos quieren a su lado incluso cuando se equivocan. Nos pedían que los acompañásemos en el camino de la vida. Que estemos cercanos a ellos en las etapas también de las grandes decisiones.

Yo me conmoví al escucharles decir, con lágrimas en sus ojos, que nos necesitaban para mostrarles que hay un Dios que los ama incondicionalmente. Que alguien se lo tiene que decir una y otra vez a cada joven de este mundo. Nos quedamos sin palabras. Los jóvenes, una vez más, nos evangelizaron.

Ha sido uno de mis predecesores, el Rector Mayor Don Juan Edmundo Vecchi, quien escribió “los jóvenes nos salvan”. Así es. Ellos nos salvan de la rutina en la vida, de los cansancios que no se resuelven con las horas de sueño. Nos salvan de la comodidad, de la vida sin esperanza y sin fe. Ellos nos salvan, en definitiva, de la mediocridad.

Queridos jóvenes, a ustedes les decimos, los salesianos del mundo de hoy, que los queremos, que nuestra vida es para ustedes y que, al igual que dijo Don Bosco, “yo por vosotros estudio, por vosotros trabajo, por vosotros vivo, por vosotros estoy dispuesto incluso a dar mi vida”.

Les deseo que sean muy felices en el Señor.

P. Ángel Fernández Artime, Rector Mayor de los Salesianos

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