Conocer para prevenir…

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Frente al horror del abuso sexual, sin duda queremos proteger a nuestros niños y niñas. Anticiparnos y prevenir su ocurrencia se vuelve imperativo. Esto, ciertamente, es un gran desafío.

Cuando nos vamos asomando a la realidad y la magnitud de este tipo de vulneraciones, pudiera ser que nos sintamos impotentes, sin las herramientas necesarias. Sin embargo, la tarea nos convoca, como adultos, como familias y como integrantes de una sociedad que requiere desarrollar estrategias para enfrentar esta situación.

Se nos presenta, entonces, un desafío básico: conocer del tema.

Una clara comprensión de aquello que constituye abuso sexual infantil nos permitirá tener claridad en las decisiones sobre cómo intervenir en esta realidad e identificar, por lo tanto, acciones preventivas pertinentes y eficaces. Saber de abuso sexual, plantearlo como un tópico de conversación y preocupación en nuestros establecimientos educacionales, instituciones, comunidades y familias es un modo de hacernos cargo.

¿De qué hablamos cuando nos referimos al abuso sexual infantil?

Entendemos por abuso sexual infantil cualquier actividad de tipo sexual, con o sin contacto físico, con un niño, niña o adolescente (menor de 18 años), quienes, por su edad, carecen de madurez y desarrollo para consentir libremente en ello.

La psicóloga Vinka Jackson, en su libro “Agua fresca en los espejos”, afirma que “toda conducta de naturaleza sexual -en los hechos y hasta en los dichos- a la que se expone o somete a un menor de edad que no está en condiciones de elegir, discernir y/o protegerse (porque no cuenta con los repertorios para hacerlo y porque está en una situación de desventaja o indefensión), constituye abuso sexual infantil.

El abuso sexual, por tanto, se da en una relación de desigualdad o asimetría entre el agresor y la víctima. Esta desigualdad puede estar dada por edad, madurez, rango o jerarquía entre ambos. Hablamos, entonces, de una relación donde existe una diferencia de poder y es en base a ese poder que quien abusa sexualmente de otro, de algún modo “utiliza” a su víctima para gratificarse y satisfacer sus deseos.

Otro aspecto importante a tener en cuenta es que para que exista un abuso sexual no se requiere necesariamente de una violación. Existen formas de abuso sexual que pueden ir desde las tocaciones, frotaciones, sexo oral, entre otras, hasta aquellas que no implican un contacto físico, como la masturbación del agresor, la exhibición de sus genitales, la exposición de material pornográfico, etc.

Aclarado de qué hablamos cuando nos referimos a un abuso sexual, es necesario tener en cuenta algunas características de estas agresiones.

El abuso sexual ocurre mayoritariamente en contextos conocidos por los(as) niños(as) y jóvenes, es decir, quienes abusan conocen a sus víctimas y, más aún, suelen ser personas de sus entornos cercanos y de confianza, incluidos los integrantes del propio grupo familiar. Las agresiones sexuales sufridas por parte de un desconocido son muy poco frecuentes.

Dado lo anterior, se suele decir que, paradójicamente, en los ambientes donde los niños y niñas debieran estar más protegidos, es donde resultan ser más vulnerables.

Las conductas abusivas son progresivas, es decir, el agresor se acerca a la víctima primero ganando su confianza y la de su entorno (incluidas las personas mayores que están a cargo de los niños y niñas), para luego, por medio de conductas cada vez más intrusivas, llegar a la interacción sexual propiamente tal. En general, las víctimas de abuso relatan que sus agresores se les acercaban inicialmente de forma sutil para ir cada vez más traspasando los límites físicos, hasta el momento en que el contacto de tipo sexual se hace explícito. Se trata de un proceso gradual y progresivo de contenido erótico, que puede provocar en la víctima confusión, desconcierto e, incluso, percepción de responsabilidad por lo ocurrido.

El agresor manipula a su víctima para lograr mantener el abuso en secreto. Impone así la ley del silencio. Esto le permite seguir actuando con impunidad, sin que las personas que tienen a su cargo el cuidado y la protección de los niños y jóvenes puedan advertir que algo ocurre y, por tanto, interrumpir el abuso.

El silencio se impondrá en la relación a través de amenazas de daño hacia la víctima o a sus seres queridos, de advertencias sobre desprotección económica o física, o de descrédito y exposición familiar y social.

El agresor manipula a la víctima traspasándole la responsabilidad o culpa por el tipo de relación establecida (“mira lo que me haces hacer”; “tú me vuelves loco”).

Estas estrategias del abusador van minando la voluntad y la autoconfianza de la víctima, haciendo que se sientan atrapadas en una especie de laberinto sin salida. No pueden escapar del abuso, dolidas y dañadas tanto por permanecer en el abuso como por no poder escapar del mismo.

Es de suma importancia tener en cuenta esta circunstancia, ya que a partir de esta comprensión resulta posible acercarnos a la dificultad que tienen las víctimas de revelar que están o han sido abusadas sexualmente.

Sin duda, existen variados otros aspectos involucrados en el abuso sexual. Cuestiones sobre las que se hace necesario consultar y hablar, para contar con las herramientas básicas que nos permitan prevenir.

Incluimos en este ejemplar del Boletín Salesiano un tríptico informativo con algunos conceptos e ideas sobre la prevención de abusos. Esperamos que a partir de su lectura puedan establecerse espacios de conversación e intercambio que nos permitan abordar este tema de una forma simple, tranquila y lo suficientemente lúcida para transitar junto a nuestros hijos e hijas el camino de la protección y el cuidado.

Por Pilar Ramírez Rodríguez, Coordinadora Consejo Nacional de Prevención de Abusos y Acompañamiento a víctimas Conferencia Episcopal de Chile

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