Nuestro primer deber como Iglesia es hacia las víctimas

El portavoz de la Conferencia Episcopal, Jaime Coiro, señala al diario El Mercurio que, para la Iglesia, la prevención de abuso a menores de edad no admite marcha atrás.

El diario El Mercurio publica hoy declaraciones del portavoz de la Conferencia Episcopal de Chile, Jaime Coiro, con relación a recientes informaciones sobre procesos a sacerdotes por presunto abuso sexual contra menores de edad.

Las siguientes son las respuestas del vocero Jaime Coiro a las consultas de la periodista Nelly Yáñez:

– ¿Qué tan fuerte ha sido para la Iglesia chilena el impacto de los procesos contra los sacerdotes Cristián Precht y Alfredo Soiza-Piñeyro?

– Sin duda es una noticia que nos estremece como comunidad. El asunto es por qué nos conmueve. Creo que la declaración del arzobispo de Santiago ha sido clara en esta materia: “ante todo por la posibilidad cierta de que personas inocentes hayan sido dañadas”. Y el Papa y los obispos nos han pedido que, ante situaciones tan dolorosas como éstas, ayudemos al esclarecimiento de la verdad y confiemos en la justicia.

– ¿Cómo interpreta los testimonios de personas que se niegan a creer las denuncias?

– Siempre ayuda preguntarse, como lo hacía san Alberto Hurtado, qué haría Cristo en mi lugar. Una actitud indispensable es que nuestra primera oración y preocupación vaya hacia las personas que han sido víctimas de abusos, y también hacia las posibles víctimas en aquellos procesos en curso. Hay que tratar de ponerse en su lugar, con todo el costo que están cargando ellos y sus familiares al dar el paso de reabrir heridas, probablemente irreparables. Es fácil hablar de un compromiso con las víctimas, pero otra cosa es cuando el acusado es tu amigo y a través suyo has crecido en tu amor a Dios. El lugar del buen samaritano está al lado del que sufre. Y en esta situación límite, nuestro primer deber es hacia las víctimas, como nos pide monseñor Ezzati, haciendo nuestro su dolor. Creo que nos hace bien, ante la incredulidad, la negación o la minimización de los hechos, volver a escuchar al Papa cuando asegura a los católicos de Irlanda que todos experimentamos vergüenza y remordimiento. El desafío es preguntarnos cómo ha sido posible que algo así haya sucedido. Sin ese discernimiento, difícilmente abriremos camino para colaborar en el acompañamiento a las víctimas y la prevención.

– ¿Qué le parece que los testimonios acusatorios empiecen a publicarse?

– Vuelvo a la perspectiva de las personas que han sido abusadas, de aquellas que han denunciado haber sufrido abuso, y también de aquellos que aún no logran dar el paso para relatar esta parte oculta de su vida. ¿Cómo va a ayudarles si empiezan a ver en la prensa detalles de sus propias denuncias o de otras similares? Es una responsabilidad de alto vuelo para quienes conocen por cualquier vía estas investigaciones. Una sola palabra demás, una señal equívoca, puede inhibir una nueva denuncia y puede exponer, lamentablemente, a personas inocentes a una situación de abuso.

– Pero, por otra parte, es una señal de transparencia que estos hechos se conozcan… – Los hechos deben conocerse en las instancias que corresponde y a su debido tiempo, cautelando la confianza depositada por víctimas y denunciantes, y en la certeza de que presuponemos inocente a todo acusado mientras no se demuestre lo contrario. En estos procesos actualmente en marcha, la opinión pública ha sido informada en forma oportuna de los pasos que se han dado. Son aprendizajes que hemos hecho, y alabado sea Dios por eso. Pero no podemos perder de vista que la transparencia en esta materia tiene un objetivo: se trata de prevenir nuevos abusos, respondiendo con coherencia cristiana a la confianza que las personas depositan en la Iglesia y sus ministros, ofreciéndole espacios seguros, fraternos, participativos.

– Es curioso que algunas personas en la Iglesia dicen en privado que casos como estos “se sabían” o “se veían venir”…

– A estas alturas, con la información que conocemos del drama del abuso sexual a menores de edad, con la voluntad inequívoca del Papa Benedicto XVI y de nuestros obispos, ese tipo de afirmaciones es impresentable. ¿Qué persona de buena voluntad se quedaría hoy de brazos cruzados ante una situación amenazante que pone en peligro a personas inocentes? Es cierto que puede ser impropio medir con la vara de hoy las conductas de hace 30 ó 40 años, pero ¿cómo se entiende la pasividad en alguien que sostiene que ya se sabía? ¿No pudieron acaso denunciarlo? El drama es que a la dificultad de las víctimas de dar el paso se suma el antecedente de que otros, sabiendo, nada hicieron. Por eso comentarios de ese tipo, cuando se escuchan solapadamente desde terceros y cuartos, hacen un daño terrible y son una tremenda bofetada a las víctimas y a los denunciantes. Dan una sensación de turbiedad que no tiene nada que ver con la disposición y voluntad que yo aprecio en la Iglesia que está viva hoy en parroquias, colegios, movimientos, en Chile. No sólo es un clamor para la Iglesia, es para toda la sociedad: todos tenemos una tarea en prevenir los abusos, en detectar los síntomas, en dialogar esto con franqueza en nuestras familias y comunidades…

– ¿Y el conocimiento de estos nuevos casos ayuda a la tarea de prevención o la dificulta?

– La prevención del abuso a menores de edad es un empeño que, al menos en la Iglesia, no admite marcha atrás. Justo estos días en que se hizo público el estado de estos dos procesos, tres diócesis de Chile recibían a miembros del Consejo nacional de prevención de abusos a menores de edad y acompañamiento a víctimas. Estamos en plena actividad de apoyo a los equipos diocesanos de prevención para sensibilizar en la realidad del abuso sexual y sus consecuencias, mostrando claramente la voluntad de la Iglesia, que pasa por la prevención. Y no se trata de un trabajo de unos pocos o entre cuatro paredes: en estas visitas ha habido fecundas reuniones de trabajo de los profesionales del Consejo con los sacerdotes y diáconos, con consagrados y laicos, profesores y funcionarios de colegios católicos. Una nueva noticia de conductas abusivas verosímiles nos causa un dolor inmenso, pero no puede paralizar nuestro compromiso por la prevención.

– ¿Es un tema para la Iglesia la vinculación entre un abusivo ejercicio del poder y el abuso sexual?

– Lo es, pero no es un tema que sólo interpele a la Iglesia. Atraviesa a todos los ámbitos de la sociedad en que existen jerarquías de dominio. Gracias a Dios en la Iglesia se está empezando a reflexionar de un modo cada vez más franco y maduro en las comunidades. Cuando el documento de Aparecida, de los obispos latinoamericanos, hablaba de la necesidad de “recomenzar desde Cristo”, a algunos les parecía una expresión un poco fuerte, como si hubiera que volver a empezar prácticamente desde cero. Pero como Jesús dejó en claro a Nicodemo, una auténtica conversión es nacer de nuevo, desde el Espíritu. Varios de los casos de abuso sexual han dejado en evidencia la vulneración de la conciencia y otros abusos especialmente graves tratándose de personas consagradas al servicio del Señor. Y aquí tenemos una gran tarea los católicos: ayudar a nuestra Iglesia, que es de todos y todas, a nacer de nuevo en el desafío de ejercer la autoridad como un servicio, como lo vivió y pidió Jesús, que siempre puso en primer lugar a los pequeños y nos dejó como signo fundacional de su Iglesia el precioso gesto de lavar los pies a sus discípulos.

– ¿Cómo se puede ser portavoz de la Iglesia en medio de una tormenta que parece no acabar?

– Solamente muy unido a Aquél que calma toda tormenta y pone paz al espíritu. De alguna manera todos los bautizados estamos llamados a ser portavoces de la Buena Noticia de Cristo. En tiempos de dificultad, como este que vivimos, al menos para mí la vida espiritual y la vida familiar han sido dos grandes pilares para asumir momentos muy complejos que no han terminado. Me nutren la oración cotidiana y la eucaristía, también la sabiduría de mi esposa, amando en buenas y malas, y al mirar los ojos de nuestros hijos, su alegría y su esperanza, ya está recargada la batería espiritual para vivir el día que viene con la alegría del Resucitado. Y claro que es muy fortalecedor también el compromiso de la Iglesia en Chile por ser un espacio de encuentro donde niños, jóvenes y adultos vulnerables se sientan dignificados y la reconozcan como su propia casa.

Recorte Prensa El Mercurio

Especial: El trabajo de la Iglesia en la prevención de abusos contra menores de edad

Fuente: El Mercurio – Prensa CECh

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