El acompañante como mediador

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El acompañamiento pastoral salesiano lo hemos definido articulando tres niveles de intervención: ambiental, grupal y personal, los cuales, unidos en un único proceso, favorecen el desarrollo humano y espiritual de cada persona que integra la Comunidad Educativo-Pastoral, particularmente de los jóvenes que la conforman.

En este artículo nos referiremos específicamente al acompañamiento personal, y en él, a la persona del acompañante, enfatizando tres procesos indispensables en su servicio de personalización del camino de fe como proyecto de vida integral, que, a su vez, revierten a nivel personal en su propia vocación en la Iglesia.

El acompañamiento, en general, ha estado presente a lo largo de la historia de la Iglesia, pero en los últimos años, con el magisterio del Papa Francisco, ha tomado mayor fuerza. A la Iglesia misma se la reconoce como “casa de acompañamiento” y se invita a los agentes evangelizadores a ser “adultos cualificados para acompañar a los jóvenes” (Christus Vivit, 242-247).

Desde nuestra perspectiva salesiana, tales adultos cualificados son llamados a desempeñar una misión articuladora de los tres niveles del acompañamiento y, de modo especial, el nivel personal, favoreciendo en ello algunos procesos pedagógicos que permitan caminar junto a los jóvenes hacia una ‘cota alta de vida cristiana’.

En primer lugar, destacamos el proceso de personalización. Todo acompañante pastoral salesiano está llamado a un trato personalizado con los integrantes de la comunidad, de modo que, en una actitud de atenta escucha, logra conocer en profundidad la realidad, el contexto, las oportunidades y necesidades de la persona acompañada.

Para Don Bosco, crear un clima de confianza en el trato es fundamental, dado que es el terreno donde germina la apertura y disponibilidad mutua. Su práctica pedagógica y espiritual nos enseñan que donde no hay confianza, no hay apertura para compartir las experiencias más vitales del desarrollo personal. De ahí que, ante todo, el acompañante salesiano se esfuerza por cultivar un constante vínculo personalizado con los jóvenes, de trato amable, abierto y espontáneo, con capacidad de una escucha franca y paciente.

El acompañante es un profundo conocedor de las realidades históricas humanas, con una fuerte formación antropológica y cultural que le permiten conectar con las realidades y necesidades de los jóvenes de su tiempo. En este proceso, juega un rol muy importante la presencia y la amabilidad entre los jóvenes, tan propio del estilo salesiano, que más allá de una simpatía personal, muestran en profundidad el sentido evangélico que estas actitudes tienen de parte de todo acompañante salesiano.

En segundo lugar, destacamos el proceso de dinamicidad de la fe al interior de los procesos de madurez de los jóvenes. La educación en la fe no es un proceso paralelo o separado en la madurez del joven. La respuesta de fe se da en la historia, con sus entramados específicos, familiares, institucionales, en medio de la construcción de la identidad y subjetividad de las juventudes. De ahí que el acompañante vive personalmente su experiencia de fe en la Iglesia como un don de comunión, abierto al servicio y a la misión. Un auténtico artífice y maestro de la comunión.

La santidad de vida a la que está llamado cada bautizado es el horizonte hacia donde tiende todo proceso de acompañamiento personal, de modo que, en él, es indispensable contrastar las experiencias categoriales de cada joven con la enseñanza de Jesús, nuestro Señor.

Alimentados con los dones sacramentales, acompañantes y acompañados experimentan un dinamismo espiritual propio del cristiano, de la mujer y del hombre de fe, que miran su realidad dejándose tocar por la luz del Espíritu. Solo así el acompañamiento personal y espiritual harán posible un auténtico discernimiento para encaminarse tras las huellas de Jesús en la Iglesia al servicio de los necesitados.

En este proceso juega un rol fundamental la espiritualidad, una profunda y madura vida espiritual favorecen, en el acompañante, su apertura a acoger a los jóvenes desde donde se encuentran, respetando sus ritmos y experiencias familiares, tradiciones culturales y prácticas religiosas, para ir discerniendo juntos los caminos a seguir.

En tercer lugar, destacamos el proceso de servicio social tan propio de todo acompañamiento pastoral salesiano. La escucha, la fe al interno de los procesos de madurez personal que nos han marcado, nos lanzan a transmitir una auténtica experiencia eclesial de servicio a los necesitados. Este proceso, unitario y diversificado a la vez, según la realidad de cada persona, despierta en el joven acompañado un profundo anhelo de colaboración activa y crítica de la sociedad en que vive; en la medida de sus posibilidades, opciones y experiencias personales, se hace disponible para transformar la realidad en un mundo más justo, solidario y sustentable, más digno de toda persona humana.

Acompañado en la integralidad de sus dimensiones, de cara al llamado de Jesús en la Iglesia, y consciente de las innumerables necesidades del entorno, los jóvenes toman opciones valientes que van más allá de sus propios intereses personales. Este proceso requiere, a su vez, una experiencia vital de conexión con el entorno y sus necesidades, de modo que, racionalmente, se busquen las herramientas y se activen los mecanismos que logren dar un cauce operativo a la vocación a la que el joven está siendo llamado.

Personalizar, discernir a la luz de la fe y elegir una manera de vivir en el mundo es una triple dimensión del proceso de acompañamiento personal al que está llamado todo acompañante. A su vez, se trata de un proceso que revierte en sí mismo. Quien es acompañado personalmente, discierne y vive su fe en la Iglesia, y sirve con su testimonio como un auténtico misionero del Reino. Solo así el acompañante personal será un mediador. Uno que, viviendo en carne propia la belleza de la fuerza del Espíritu Santo en su historia, podrá ayudar a discernir la vocación personal de los jóvenes en la Iglesia y en la sociedad, creciendo continuamente junto a ellos.

Por P. Claudio Cartes, sdb.

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