Cuando nuestra fragilidad se hace viral

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“¿Crees que lo que está pasando con el coronavirus en el mundo pase aquí?”, recuerdo que me dijo una compañera de trabajo el viernes 13 de marzo de 2020. Hacía dos días, la Organización Mundial de la Salud (OMS) había declarado pandemia el brote del virus surgido en China en diciembre, pues ya se registraban casos en 114 países de cuatro continentes. Su nombre era Sars-Cov-2, el cual producía la enfermedad respiratoria aguda Covid-19.

Busqué tranquilizarla. “Seguro están controlando a los viajeros”, “solo en el 3% de los infectados es letal”. Llevábamos 10 días desde el primer caso detectado en Chile, que marcaba el inicio de la Fase 2 de propagación del virus, pero el 14 de marzo pasamos a la Fase 3, porque los nuevos casos ya no eran de viajeros ni de quienes tuvieron contacto con ellos. Dos días más tarde, cuando en el mundo ya se registraban 167.515 contagiados y 6.606 muertos, estos casos se multiplicaron a tal punto que fue declarada la Fase 4 en Chile: propagación sostenida en la población.

Un virus del mundo animal

Un agente infeccioso recientemente identificado y anteriormente desconocido, que es capaz de causar problemas de salud pública a nivel local o mundial. Esa es la definición más simple de un virus emergente, que según el exalumno salesiano del Liceo Camilo Ortúzar Montt y actual doctor en Virología, Gonzalo Barriga, proviene principalmente de saltos desde un animal a un humano.

“Modificar el hábitat natural de los animales nos acerca a patógenos con los que no habíamos tenido contacto, los cuales pueden adaptarse a través de mutaciones y colonizar humanos”, señala el Dr. Barriga. A este proceso se llama zoonosis y es hoy la hipótesis más aceptada para entender el origen del Covid-19.

Los murciélagos son los hospederos naturales de la familia de coronavirus, pero para que el virus llegue al humano parece ser necesario un intermediario. En el Sars-Cov-2 se cree que es el pangolín, mamífero en peligro de extinción que se vendía en un mercado de la ciudad de Wuhan. Teoría sostenida por los hallazgos de Tsan-Yuk Lam y Tong, publicados en la revista Nature, donde mostraron, a nivel genómico, una unión similar del virus con los receptores de las células humanas para poder infectarlas.

Otra pandemia de similar magnitud fue la Influenza A H1N1 en 2009 (gripe porcina). Logró contagiar a alrededor del 20% del mundo, estimándose 600 mil víctimas fatales. La gran diferencia con la actual es que “la influenza ya había atacado al humano en 1918 (gripe española), no igual, pero con mutaciones, entonces ya había población con anticuerpos (...), en cambio, obviando algunas reglas excepcionales, nadie en el mundo antes debió tener anticuerpos contra Sars-Cov-2”, señala Barriga.

Debido a esto, el patógeno tenía el potencial de contagiar a todos los seres humanos. A esto se suma que es 1.000 veces más transmisible que los coronavirus conocidos. Algo que podía verse al analizar la curva epidemiológica, la cual cada día mostraba un aumento vertiginoso de contagiados que amenazaba con colapsar los servicios de salud del país antes de encontrar una cura.

La vida en pandemia

Miles de ataúdes son llevados a cementerios y crematorios. Pocas personas acompañan. Las imágenes en la televisión son elocuentes y sobrecogedoras. Los fallecidos dejan de ser números. Son personas con nombre, biografía, familia. Son hijos de Dios, nuestros hermanos. Esto asusta. Es la civilización y la existencia que se derrumban como un castillo de naipes.

“Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados”, expresó el Papa Francisco, el viernes 27 de marzo, en la homilía antes de la bendición Urbi et Orbi.

Son numerosas las pestes que han asolado al planeta. En ciertos casos, el combate contra estas infecciones permitió algunos avances médicos importantes. Sin embargo, la historia de la humanidad ha demostrado que poco o nada ha variado la actitud del ser humano frente a sí mismo y a los demás. Pasado el miedo, al poco tiempo hemos vuelto a ser los mismos.

El virus del Covid-19 nos recuerda cuán vulnerables somos. Nos pone ante situaciones límite: enfermedad, dolor, fracaso, muerte. Asimismo, el miedo deja en evidencia, en mayor o menor grado, nuestro egoísmo. Acumulación de productos, alzas de precios, despidos de trabajadores, exposición irresponsable al contagio. Hasta las autoridades fueron presas de esa actitud. Compitieron por ser los mejores y los más eficientes. El coronavirus no solo nos infectó, sino que también nos cerró ante el otro.

Precaución sin descanso

Ante un patógeno desconocido no había tratamientos preparados para los contagiados, menos aún una vacuna preventiva, razón por la cual la comunidad científica, médica e incluso de las ingenierías, trabaja sin descanso para ponerle un freno.

“Estoy seguro de que todos los laboratorios del mundo que trabajan creando vacunas deben tener el prototipo hecho, pero, para estar disponible, debe pasar por las etapas clínicas, donde se prueba en humanos. Esto la retrasa, pero es importante. Un ejemplo son los test rápidos (para diagnosticar el Covid-19) sin certificar que compró Europa a China, que resultaron tener un 30% de efectividad, por lo que se fueron a la basura”, rescata Barriga, académico de la Universidad de Chile.

La mejor manera para enfrentar esta enfermedad es que la menor cantidad de gente se infectara. Para esto se difundieron las siguientes  medidas: 1) lavado de manos, 2) protección de ojos, nariz y boca, 3) distancia de dos metros entre las personas, 4) estornudos en papel descartable, 5) desinfección de espacios comunes y 6) aislamiento social.

Este virus está envuelto en una capa de lípidos, similar al aceite, que roban al salir de la célula que infectan. Por eso, si las manos estuvieron en contacto con el virus, este puede ser disuelto lavándoselas con jabón por 20 segundos, no porque infecte las células de la piel, sino porque los seres humanos se tocan mucho la cara, donde el virus sí puede ingresar.

La protección de ojos, nariz y boca se debe a que este virus se transmite a través de gotitas de saliva, no por el aire. Estas, al entrar por estos lugares, logran infectar las células con las cuales tiene afinidad: las que recubren el sistema respiratorio, donde se reproduce el virus hasta llegar a los pulmones. Mientras tanto, desde el primer día que se está contagiado se puede transmitir el virus a través de la tos o al hablar a menos de dos metros, razón por la que la mejor manera de proteger estos sectores del rostro para los sanos son la tercera y la última medidas.

Finalmente, la más drástica: el aislamiento social. Un infectado puede contagiar, en promedio, a tres personas y en algunos casos hasta a 16, que habla de una gran tasa de transmisión. Por esto, en el mundo entero y en nuestro país se establecieron cordones sanitarios, cierre de ciudades y comunas, además de cuarentena obligatoria para los infectados, preventiva para los que estuvieron expuestos al virus y voluntaria para los sanos, la cual disminuye el riesgo de propagación.

Respeto

Pero las medidas tuvieron que competir con otras que surgieron de fuentes no confiables, las que comenzaron a recorrer las redes sociales. Gárgaras de agua con sal, tomar sorbos de té cada 20 minutos, consumir vitamina C, flores de Bach, entre otras recomendaciones erróneas, se sumaban a una avalancha de información que en momentos de crisis comenzaron a confundir a la población.

También estaba la polémica del uso de las mascarillas. Utilizadas ampliamente en países europeos y asiáticos, donde se les dio el crédito del control del contagio, la OMS recomendaba que los sanos no las utilizaran para evitar la escasez para los contagiados y quienes estuvieran en contacto con ellos. A esto, el Colegio Médico de Chile sumaría que en nuestra población daban una falsa sensación de seguridad, obviando el resto de las medidas, como no llevarse las manos al rostro.

Pero la escasez también provino de gobiernos de otros países que buscaron resguardar la atención de salud de sus ciudadanos, como algunos de Europa y EE.UU., que dejaron de exportar elementos necesarios para hacer el PCR (Reacción en Cadena de la Polimerasa), técnica que diagnostica el Covid-19. Previendo un nuevo escenario, Barriga junto con otros investigadores desarrollaron un diagnóstico alternativo.

“La idea era anticiparse a la escasez. Hicimos un diagnóstico sin extracción de RNA (Ácido Ribonucleico, material genético que identifica al Sars- Cov-2), que es uno de los  pasos fundamentales para hacer el PCR (donde se utilizan los elementos que escasearán). Logramos saltarnos ese paso y obtener los mismos resultados”, destaca el académico, señalando que estos hallazgos hoy ya están publicados.

Un aporte que verá su utilidad en los próximos meses y que muestra el espíritu de la comunidad científica alineada frente a esta pandemia. Equipos e insumos de investigación puestos a disposición de la emergencia, además de laboratorios que hoy se transforman en “centinelas” para aumentar la capacidad de diagnóstico. Sin embargo, esperan que su trabajo no sea necesario, pidiendo a la población respeto.

“A la gente le cuesta entender que no tiene que salir a la calle, porque no ven nada, no saben que el virus es invisible y que no verán cuando se estén contagiando. La mayoría se recupera, pero si el número de contagiados aumenta, también lo harán las personas hospitalizadas y puede colapsar el sistema de salud, que hace que la letalidad aumente. Por eso le pedimos a la población respeto y que cumpla las medidas, si no los resultados podrían ser graves”, expresa el virólogo.

Teletrabajo, educación a distancia

El aislamiento social obligó a desempeñar muchas actividades a distancia, las laborales en modalidad teletrabajo, así también los procesos de aprendizaje escolar y universitario (e-learning). Las circunstancias impusieron la necesidad de incorporar las TIC al cotidiano de gran parte de la población. Prueba de ello es el aumento de 40 aulas virtuales en marzo a cerca de 4 mil a principios de abril solo en la Red de Escuelas Salesianas.

Esta modalidad, para que sea exitosa, exige una gran disciplina del trabajador, del profesor y del estudiante: capacidad de autogobernarse y autogestionarse, teniendo en consideración la multiplicidad de distracciones que supone estar en el hogar.

“En este tiempo hay que sustituir la cultura de que ‘si me están mirando’ (tener al jefe encima) cumpliré con mis obligaciones, a una cultura del trabajo para alcanzar metas concretas que involucran grados de satisfacción por la tarea bien hecha. Seguramente, para muchos gerentes y jefes, supondrá también un desafío ser capaces de administrar de manera realista y acotada la distribución y exigencia de determinadas tareas en esta realidad a distancia”, comenta Marcos Santibáñez Bravo, doctor en Ciencias de la Educación de la Universidad de Chile.

La migración a las tecnologías de la información y comunicación en educación supondrá para los profesores el reto de abrirse a los nuevos campos e-learning, y a los estudiantes a mirar las plataformas digitales más allá de un instrumento que procura entretención, sino como herramientas de aprendizaje. Migrar del aula física para conectarse con el aula digital. Todo esto sin olvidar que el acceso a internet aún no es una realidad para toda la población, por lo que debe ser un esfuerzo conjunto lograr este cambio.

Economía post pandemia

Esta pandemia ha generado diferentes impactos en la sociedad. Uno de ellos es a nivel económico, donde diversas actividades sufrieron una baja significativa, incluyendo las materias primas que el país exportaba, ingresando a una inevitable recesión económica.

“El elevado nivel de incertidumbre detendrá el flujo de inversiones de parte de los privados, contrayéndose, además, la inversión extranjera en el país. Algo que también se observará en las inversiones realizadas por las AFP de los ahorros de jubilación, que ya presentan pérdidas incalculables”, advierte Eduardo Gallegos, académico de la Escuela de Administración y Economía de la Universidad Católica Silva Henríquez.

Sin embargo, también indica que aplicar medidas restrictivas del tránsito de las personas traerá en el corto y mediano plazo beneficios que aminoran la sobreutilización de los servicios de salud, que suelen verse colapsados por contagios graves y fallecimientos, con un alto costo económico para el país, ya sea a nivel de las prestaciones o por la reducción de la oferta de trabajo, disminuyendo la producción y el PIB.

En esta compleja situación, señala, las decisiones económicas del gobierno y los acuerdos de los distintos actores políticos son muy importantes, con el fin de proteger el bienestar de los ciudadanos, especialmente los más vulnerables, ya que si bien estas medidas pueden salvar vidas, ellos recibirán los primeros impactos, como el desempleo, porque muchos son parte del grupo donde el teletrabajo no es una opción.

Dios en tiempos de pandemia

“No tengo miedo de caer enfermo. ¿Y de qué tengo miedo? De todo lo que el contagio puede cambiar. De descubrir que el andamiaje de la civilización que conozco es un castillo de naipes. De que todo se derrumbe, pero también de lo contrario: de que el miedo pase en vano, sin dejar ningún cambio tras de sí”. Así manifiesta su preocupación el escritor italiano Paolo Giordano en su último libro “En tiempos de contagio”, el primero que aborda el tema de la pandemia.

Las inquietudes de Giordano son también las nuestras. Son dudas existenciales frente a la vida, a la muerte... a Dios. En estos momentos críticos, esas dimensiones vitales nos invitan a reflexionar desde nuestra fe sobre nuestro quehacer diario y nos interpelan en nuestra relación con Dios y con los demás.

“¡Señor, escucha mi voz! que tus oídos pongan atención al clamor de mis súplicas!”. Así proclama el salmista, tal como lo hacemos en este momento de angustia y cuando comprobamos la fugacidad de la existencia. “El hombre es como un soplo, sus días, como la sombra que pasa” (Salmo 144). Humanamente es entendible que cuando se ve amenazada la vida, el don más grande que tenemos, nos dirijamos a Dios. ¿Por qué Dios no hace algo? ¿Dónde está? Y es aquí donde ponemos a prueba nuestra fe.

Dios no envía sufrimientos al mundo. Creer esto es suponer que, pudiendo evitarlo, no lo hace. Siguiendo las palabras del teólogo franciscano Michael Patrick Moore, Dios está presente, sufriendo y también salvando. Sufre con el dolor y la angustia, con nuestros egoísmos, con la discriminación, con la falta de empatía ante el dolor ajeno, con la prepotencia e irresponsabilidad. Salva a través de los que arriesgan su vida para que otros vivan: el personal de los hospitales, los policías, los que recogen la basura, los que cuidan a ancianos y tantos otros que, anónimamente, protegen la vida.

En esta pandemia se actualiza la parábola del juicio a las naciones, narrada en Mateo 25, 35-40: “Porque tuve hambre y ustedes me dieron de comer; tuve sed y me dieron de beber; fui extranjero y me recibieron; estaba desnudo y me vistieron; enfermo, y me visitaron; en la cárcel, y vinieron a mí (...). En verdad les digo que en cuanto lo hicieron a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí lo hicieron”.

El texto enfatiza la primera persona: “Me dieron de comer, de beber...”. No dice “es como que si a mí lo hicieran”. No es una comparación, es una identificación. Dios asume todos los dolores de la humanidad hoy crucificada por esta pandemia, como fue crucificado su hijo. Ante la pregunta ¿por qué Dios no hace algo?, Él -desde su misterio y revelación en Cristo- devuelve la interrogante identificándose con el sufriente.

Durante este tiempo comprobaremos que la vida es fugaz, que la muerte es una realidad, que los bienes materiales y financieros no nos salvan, que la belleza del cuerpo no sirve de nada. Seguiremos clamando “¡Señor, escucha mi voz!, que tus oídos pongan atención al clamor de mis súplicas!”. Muchos sentirán que no fueron escuchados, porque la muerte de algún ser querido se hizo presente. Otros se sentirán desorientados, porque perdieron bienes materiales. A pesar de esto, Dios estará presente. No como quisiéramos, como un mago que resuelve todos los problemas cuando se le pide. Estará junto a nosotros visible en los que sufren y en los que salvan.

¿Cuál es mi temor?, se pregunta Giordano. “De que el miedo pase en vano, sin dejar ningún cambio tras de sí”, se responde. Ojalá que en nosotros el miedo no pase en vano. Seguiremos orando y alimentándonos en cada Eucaristía, porque, como hijos, queremos la respuesta de nuestro Padre. Sin embargo, nuestra fe debería salir fortalecida, más adulta. El Dios al que tantas veces clamamos, no nos abandona, porque no solo es el Dios de la vida, sino que es el DIOS EN LA VIDA. Solo tenemos que saber reconocerlo en la vida y, ahora, en esta pandemia.

*Hasta el cierre de esta edición del Boletín Salesiano, en el mundo se registraban 2.458.150 personas con Covid-19 y 169.502 víctimas fatales, de los cuales 10.507 de los casos se registraban en Chile y 139 fallecidos.

Por Claudio Jorquera, Liza Muñoz, Gustavo Cano y Lorena Jiménez.

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