Juntas en la calle: un pedacito de Corea

corea_cultura

El baile tiene su raíz en la calle. Puede llenar escenarios y convocar en teatros, pero siempre vuelve donde nació. Ahí donde mientras suene una caja o se junten aplausos, siempre habrá gente moviendo su cuerpo y conseguirán que se sume uno y otro más. Hoy, en un mundo donde la tecnología parece obligar al encierro, hay jóvenes cuyas tardes se tratan de reunirse en esa calle, comunicarse a través del ritmo y sentirse grupo, a través de la coreografía.

Es baile urbano, ese que busca cualquier espacio, donde las chicas hacen de la música un instrumento para aprender el trabajo en equipo y divertirse. Sí, porque en la vida a veces falta simplemente eso: jugar, soñar con ser artistas.

Se habla del street dance para referirse a ese movimiento surgido desde las calles, de los suburbios norteamericanos de los ‘70, donde mucha gente quería expresar su descontento a través del movimiento, sin involucrarse en la delincuencia y en las bandas que imponían su ley a la fuerza. Mantenían un mismo discurso de lucha, pero con “armas” muy distintas. Su gran característica es la improvisación, el permitirse todo, generalmente sin la formalidad de quienes salen de la academia. La coreografía está pensada en el transeúnte, en regalar algo a quien transita haciendo su vida normal. Alterar esa rutina por medio del arte.

En Chile, el baile callejero siempre estuvo asociado principalmente al hip hop y el breakdance, con sus característicos círculos donde cada exponente mostraba su talento de forma individual, lo que llaman el jamming. Pero la fuerte explosión del k-pop hizo que apareciera otro subgrupo, que masivamente se reúne en torno a estos contagiosos ritmos, con alta carga de energía.

Al ritmo coreano

Este estilo musical proviene de Corea del Sur y tiene miles de seguidores en nuestro país. SuperJunior, KARA y G-Dragon, por ejemplo, cuentan con gran número de fanáticos y su base, que concentra la electrónica con algo de pop, hip hop y otros estilos, siempre va asociada a una coreografía. Internet está llena de esquemas, para hombres y niñas, divididos por grados de dificultad. Algunos bastante complejos y que para muchas menores significa, sin quererlo, su primera prueba de disciplina, de constancia. De cumplir con las compañeras, no fallar al grupo, y sentirse una sola expresión.

Y eso que para algunos pareciera una “forma de matar el tiempo” tiene más beneficios de los que aparenta. Bailar es un gran ejercicio, no solo para quemar calorías, es una forma de combatir el estrés y de liberarse. También promueve la creatividad, sobre todo, a un nivel en que las niñas desarrollan sus propias coreografías, llegan con sus ideas y están ahí, en la calle, enseñando lo que diseñaron en su casa. Ahí debaten qué está bien, cómo hacerlo mejor, llegan a acuerdos. Luego pierden el miedo y ejecutan.

Aprender del ensayo, del error y la corrección, perderle el miedo al público, eso que no solo vale para el artista, sino para cualquiera que en su trabajo un día tenga que exponer delante de otros.

La calle se llena y algunos pasan como si nada. Otros se detienen a mirar, los niños pequeños son los más encantados. Se visten como si fueran de Corea, sonríen como en aquella parte del mundo y te trasladan ahí por unos minutos, con la magia del baile. No tienen escenario o tienen el más grande de todos, ese que es gratis, ese donde todos son bienvenidos. Muchas partieron en la maquinita de baile del Happyland y ahora son un equipo. Por un momento, su momento, ellas sí son artistas.

Por Paulo Inostroza, periodista

Deja un comentario