Mirar al Migrante con los ojos de Jesús

Gracias a la estabilidad económica y política de nuestro país, desde 1990 se ha experimentando un aumento de personas que llegan de diferentes lugares del mundo en búsqueda de nuevas oportunidades. Un fenómeno que no es nuevo en la historia de Chile, pero que durante los últimos cinco años ha crecido a una velocidad sorprendente.

De acuerdo al Departamento Chileno de Extranjería y Migración, en 2018 los extranjeros en Chile que residen de manera habitual superaron los 1,2 millones de personas, casi el triple de la cifra de 2014. Datos que se condicen con las visas otorgadas durante los últimos 15 años, según el mismo organismo: 530 mil a personas de nacionalidad peruana, 263 mil a colombianos, 260 mil a venezolanos, 217 mil a bolivianos y 214 mil a haitianos.

El crecimiento abrupto en tan corto tiempo de la migración en Chile ha permitido visibilizar lo obsoleto de nuestras políticas migratorias y la dificultad para la integración óptima de estos nuevos residentes. No obstante, también nos ofrece la posibilidad de trabajar en políticas sociales cuyo propósito sea asegurar condiciones dignas en nuestro país y la promoción de la cohesión social.

La poca preparación ha sido la causa por la que distintos sectores de la Iglesia se han puesto a disposición para abordar esta problemática. Entre ellos está el Servicio Jesuita a Migrantes (SJM), con 19 años de experiencia en el área, una de las organizaciones que evidenciaron la crisis migratoria que hoy se vive en la frontera norte del país.

Una crisis que comenzó el 15 de junio, cuando Perú exigió visas a venezolanos, situación que generó un aumento de ingresos a nuestro país. En ese mismo período se preparaba la misma exigencia en Chile, la que fue publicada el 21 de junio e implementada al día siguiente. Con solo un día de aviso, al ser rechazados en la frontera de Chile, quedaron prácticamente atrapados en el Complejo Fronterizo Chacalluta, pues tampoco pudieron volver a Perú.

Problema social, pero que no solo se vive en las fronteras, sino también en la ciudad con la interacción entre migrantes y chilenos. De acuerdo al informe “Migración en Chile: un análisis desde el Censo 2017”, del SJM, hubo dinámicas que tuvieron un impacto directo en la población migrante y su accesibilidad al país, como el flujo de población venezolana y haitiana, y modificaciones administrativas llevadas a cabo por el Poder Ejecutivo desde 2018, como la clarificación de requisitos.

Los desafíos ahora son estructurales y a distintos niveles: regularización, educación, vivienda, trabajo y salud; los más relevantes. Aspectos en los que el Estado debiera garantizar derechos, a lo que se suma la inclusión de sus expresiones culturales, profundizar las historias de sus países y, de esta manera, facilitar las relaciones en la diversidad.

Una Iglesia que acompaña

El Arzobispado de Santiago creó en 2005 el Departamento de Movilidad Humana. Justamente, ese año comenzaron en nuestro país flujos contundentes por las migraciones peruanas, a las que les siguieron las colombianas y ecuatorianas.

Las directrices con las que trabaja este organismo están en sintonía con lo que el Papa Francisco ha manifestado durante los últimos años: recibir, proteger, promover y orientar los procesos de acogida de migrantes en los espacios parroquiales, para así llegar a las instancias de integración.

El objetivo fundamental de estas orientaciones es entregar a parroquias y colegios herramientas necesarias para que comiencen una transformación pastoral y social, para que los migrantes se incorporen a espacios como los movimientos juveniles, la liturgia, la música, etc., aportando con su cultura de origen.

“El migrante tiene que ir a otro espacio, porque, lamentable- mente, donde está tiene ausencia de un buen proyecto de vida. Probablemente, está escapando del hambre, de la violencia o de una economía compleja. Cuando se soluciona eso, viene la integración, que el migrante conozca la cultura en la cual se está involucrando y que los locales conozcan la necesidad cultural de los que vienen llegando”, postula el coordinador del Departamento de Movilidad Humana, Wilmer Rodríguez.

Diplomado evangelizador

Una de las iniciativas formativas del departamento es el Diplomado en Movilidad Humana y Pastoral Migrante. Creado hace dos años, es un espacio para agentes pastorales que buscan profundizar los siguientes aspectos: los derechos humanos en el área de la movilidad humana; el contexto sociojurídico de la migración; el recorrido histórico de la migración en Chile; la realidad política, social y económica del país, y la migración en el ámbito bíblico.

Este es un espacio formativo que busca ser una invitación a ver el fenómeno migratorio desde una arista pastoral. “El principal objetivo del diplomado es que los agentes pastorales tengan una mirada cristiana de cómo la migración debe ser vista desde los ojos de la Iglesia y los ojos de Jesús... Reconocer cómo los movimientos humanos están presentes en toda la historia de la salvación del Pueblo de Dios”, señala Wilmer.

El desafío con el que se han encontrado, al momento de orientar los procesos hacia una pastoral migrante, ha sido el imaginario que tiene el local respecto del migrante. Representaciones sociales negativas, que hablan de alguien que viene a quitar trabajo o a robar. Para ello, han propuesto un modelo de acercamiento, en el que se generan espacios para conocerse y, principalmente, invita a abrir los oídos a la historia que traen muchos de ellos. Entonces, esa dinámica de escucha, al parroquiano lo hace solidarizar.

Wilmer, colombiano que ha vivido la migración en carne propia, destaca esta experiencia de acercamiento. Recalca que el migrante es una persona común y corriente que, al igual que los creyentes en Chile, “compartimos la fe, creencias, devociones. Podemos interactuar y enriquecernos en un diálogo concreto. Los migrantes venimos a construir nuestro proyecto de vida y a seguir construyendo país”.

Fui forastero y me acogiste

Posterior a la Segunda Guerra Mundial, la realidad migratoria se volvió dramática debido a las destrucciones causadas por el conflicto. Fue en este contexto, con la Constitución Apostólica Exsul Familia publicada por Pío XII, el 1 de agosto de 1952, que la Santa Sede delinea la Pastoral Migratoria, proponiendo que se constituyera en cada país una comisión encargada de su animación y coordinación.

En nuestro país se crea en 1955 la Fundación del Instituto Católico de Migración, INCAMI. Durante ese año se constituye su consejo, que contaba entre sus integrantes al salesiano P. Raúl Silva Henríquez, presidente en ese entonces de la Comisión Episcopal Chilena de Migración, junto con otros religiosos y representantes de comunidades de inmigrantes europeos.

Desde entonces, INCAMI, dependiente de la Conferencia Episcopal de Chile, se ha encargado de promover, animar y coordinar los programas y actividades tendientes a la inserción e integración sociocultural y religiosa de las personas en movilidad humana. El presidente de su directorio es monseñor Galo Fernández, también administrador apostólico de la Diócesis de Talca.

¿Qué opina sobre la situación migratoria actual?

En primer lugar, tengo que expresar tristeza, porque Chile ha sido un país conformado por muchos migrantes, pero ahora les estamos cerrando las puertas; estamos dejando de ser ese país que dice “y verás cómo quieren en Chile al amigo cuando es forastero”. Esto es paradójico, considerando que los chilenos mismos son migrantes y donde, hasta hace poco, se hablaba de que había más de un millón de personas fuera del país y que recibieron una acogida tan grande. La migración no es un problema, es un derecho humano, es un desafío que nos convoca en este tiempo y que llegó para quedarse.

¿Qué rol cumple la Iglesia ante este fenómeno?

La Iglesia tiene un compromiso con la situación del migrante, que viene desde el Antiguo Testamento, donde se mencionaba que se debía tratar bien al extranjero, e incluso Jesucristo lo señala dentro del listado de los más vulnerables al decir: “Fui forastero y me acogisteis”. Eso está en las entrañas del Evangelio y es la convicción de que los seres humanos tenemos una dignidad compartida que no está dada por las fronteras. De ahí que acoger al migrante es una responsabilidad de la Iglesia y de los creyentes.

El cristiano debiera distinguirse por una actitud fuerte en este tema. Creemos en la dignidad de las personas, como hijos de Dios no podemos justificarnos con una frontera, hay un drama humano.

La pretensión de cerrar duramente las puertas y querer regular nos puede pasar una jugada muy negativa como país también, fuera de que les estamos haciendo daño a personas; que legítimamente vienen con el anhelo de desarrollarse. Yo entiendo que los países tienen el derecho de verificar que las personas vengan con intenciones limpias, que no sean personas que estén huyendo de sus países por cometer delitos, pero no me parece bien criminalizar a los migrantes, haciendo ver que la inmensa mayoría sea así.

¿Dónde se pueden encontrar los servicios de INCAMI?

INCAMI tiene su sede central en Santiago, en Av. Busta- mante 180, pero su servicio no se remite solo a ese espacio físico, sino que hemos querido que en cada diócesis se asuma la tarea pastoral de la movilidad humana, que incluye al migrante, pero también a otros que viven moviéndose, como la gente de los circos, el mundo gitano, etc.

¿Cuál es su prioridad de trabajo?

INCAMI, basado en lo que ha dicho el Papa Francisco en la Jornada Mundial del Refugiado 2018, ofrece orientación en distintas dimensiones, como la regularización de sus papeles, asesorías en el ámbito del trabajo y todo lo que tiene que ver con temas legales. Hemos creado una bolsa de trabajo en la que hacemos el contacto con las empresas para poder darle acceso al migrante al mundo laboral. También se hacen charlas de distintas áreas: sobre la previsión, seguridad social y mucho sobre los derechos laborales. Para que el migrante pueda tener conocimiento de sus derechos, que los tiene, por cierto.

Salesianos con el corazón de Don Bosco

Uno de los espacios salesianos que se ha visto transformados por el fenómeno migratorio y que se encuentra en pleno proceso de acogida e integración, es el Santuario María Auxiliadora de Santiago Centro. Cuenta con variadas comunidades de extranjeros, entre las cuales se encuentran venezolanos, colombianos, ecuatorianos, peruanos, bolivianos, cubanos, africanos y coreanos.

Para extender su trabajo social en esta área, el Santuario debió cambiar sus actividades pastorales, lo que se tradujo en asistencia a los migrantes en términos de vestuario, comida y trabajo. Desarrollan iniciativas con INCAMI y entregan ayuda terapéutica a migrantes que más lo necesiten.

Este nuevo trabajo pastoral se puede observar en las dos casas de acogida que tiene INCAMI en la comuna de Providencia. Allí se acoge a más de cien personas, entre hombres y mujeres, mayoritariamente de nacionalidad venezolana, colombiana, peruana, boliviana y argentina.

Viernes por medio llega a estas casas un grupo de jóvenes, representantes del Centro de Padres y mamás del grupo EME del colegio salesiano Oratorio Don Bosco, además de laicos comprometidos del Santuario María Auxiliadora. Su finalidad: preparar la cena, servir, compartir y orar con los migrantes.

Jóvenes ayudan a descargar las bolsas de pan traídas por el P. Bernardo García, rector del Santuario, a la casa de acogida masculina. Las dejan en la cocina para el desayuno del día siguiente. El reloj marca las 7 de la tarde, es hora de cenar, el menú es arroz con salsa y atún. Hay un gran mesón en el centro del espacio común, que rápidamente es ocupado por hombres de todas las edades y nacionalidades. Algunos de ellos miran y esbozan una sonrisa. Los mismos jóvenes han preparado y servido la comida.

Mientras ellos cenan, el P. Bernardo y un grupo de jóvenes se dirigen a la casa de acogida femenina, distante a pocas cuadras, a dejar unas bolsas de hallullas para el desayuno del día siguiente. Al llegar, los jóvenes saludan a las mujeres con un beso en la mejilla. En la cocina preparan arepas, pan de maíz circular muy típico de Colombia y Venezuela, que esta vez han rellenado con pollo. Los estudiantes se sientan, comen y comparten con ellas, como Inés, quien se vino de Argentina junto a su hija por la situación económica.

Al regresar a la casa de acogida de varones, nos damos cuenta de que la cena ha terminado. Las meriendas para el siguiente día también están listas, así que todos comparten un momento de distensión. Algunos fuman un cigarrillo, mientras otros conversan o se divierten con un juego de dominó. Uno de ellos es Sherif Atef, joven egipcio refugiado, cuyo español es casi nulo, por lo que se comunica a través de una aplicación de su celular. La noche terminó entre abrazos y un mensaje de celular agradeciendo por el buen tiempo compartido.

Migrantes ayudando a migrantes

La terapeuta Lesbia María Ruiz emigró de Venezuela con el sueño de crear un espacio donde pudiera acompañar a nivel emocional a las personas insertas en una situación migratoria. Un proceso que ella misma vivió cuando se vino a Chile, por lo que impulsó la idea de desarrollar un círculo terapéutico en las dependencias del Santuario María Auxiliadora, que actualmente atiende a cerca de una decena de personas. “Cuando tuve la idea, era desde una mirada de agradecimiento, de dar lo mejor a esta tierra que nos recibe”, expresa.

La primera experiencia del círculo terapéutico fue el 21 de julio del año pasado y desde esa fecha el trabajo ha sido permanente. Se reúnen todos los viernes, durante la tarde, dándose apoyo entre venezolanos, colombianos y dominicanos en su proceso de integración a nuestro país.

Las cargas emocionales más fuertes que Lesbia ha podido ver en los migrantes tienen que ver con las cuestiones laborales, también la culpa por desprenderse forzosamente de la familia, las aspiraciones que no coinciden con la realidad y la incertidumbre por la situación con su documentación. “Cuando se emigra surgen los fantasmas de situaciones no resueltas en el país donde se estaba, el manejo de la soledad o de la prosperidad”.

Para ella, el proceso de integración a un nuevo espacio depende mucho de la actitud de cómo se vea. Cuál es la concepción que ellos tienen de ser migrantes, se pregunta. Claramente, la acogida para algunos es dura, lo que les hace más difícil llevar su situación migratoria, así que su bienestar emocional va a depender mucho de eso.

Lesbia ve la situación migratoria en Chile como una oportunidad para que los locales abran su mente y su corazón. “Estamos aquí para aportar. Para juntos hacer crecer la sociedad”, concluye.

El P. Bernardo considera que la migración le ha dado nueva vida al Santuario. “Estamos viviendo un momento crítico de la Iglesia chilena y los migrantes vienen con una mirada más fresca, positiva y propositiva. Tratamos de adaptarnos a esta realidad de escucha”.

Su contacto con migrantes ha cambiado su propia mirada pastoral: “Uno empieza a tener una mirada más misericordiosa y amplia. No importa de dónde vengamos, la situación social o económica, todos somos seres humanos primero. Jesucristo siempre privilegió la dignidad de la persona, levantaba al más pobre y lo ponía en comunión con los otros”, concluye.

Todas las iniciativas de acompañamiento y espacios de acogida que ha generado la Iglesia en nuestro país están en concordancia con el mensaje del Papa Francisco para la Jornada Mundial del Migrante y Refugiado desarrollada a finales de septiembre de este año.

“Los migrantes y, especialmente, aquellos más vulnerables, nos ayudan a leer los ‘signos de los tiempo’. A través de ellos, el Señor nos llama a una conversión, a liberarnos de los exclusivismos, de la indiferencia y de la cultura del descarte. A través de ellos, el Señor nos invita a reapropiarnos de nuestra vida cristiana en su totalidad y a contribuir, cada uno según su propia vocación, a la construcción de un mundo que responda cada vez más al plan de Dios”, expresó el Santo Padre.

Hoy, más que nunca en la historia, podemos afirmar que Chile es país de migrantes, tanto por los antepasados de quienes vivimos acá, como por quienes han llegado durante la última década. Será tarea de la ciudadanía, sociedad civil, academia, sector privado, la Iglesia y el Estado tomar las medidas que fortalezcan los derechos y la convivencia de este nuevo Chile.

Es apremiante el desafío de la inclusión, por lo que es necesario contar con políticas que consideren las características sociodemográficas y evitar crear normas diferenciadas para migrantes y chilenos, porque esto llevaría a segregar y “extranjerizar”, mientras que lo que necesitamos es que los migrantes no perpetúen su condición y sean vistos como sujetos de derechos, plenos en dignidad solo por el hecho de ser personas.

Por Karina Velarde y Joaquín Castro, periodistas

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