Fallece el P. Hugo Muñoz Fuenzalida

A las 23.00 hrs. del miércoles 29 de agosto, retornó a la casa del Padre el salesiano sacerdote Hugo Muñoz Fuenzalida. Con 85 años, este Salesiano pertenecía a la comunidad Felipe Rinaldi, y desde hace un mes combatía contra una enfermedad a los bronquios.

Este jueves se celebrará una Eucaristía a las 12.00 hrs. en la comunidad Felipe Rinaldi y el viernes 31 se celebrará la misa de exequias a las 15.00 hrs. en el templo de La Gratitud Nacional, la que será presidida por Mons. Ignacio Muñoz.

El P. Inspector Natale Vitali pide a todos los Salesianos una oración para que el Señor de la Vida y de la alegría lleve consigo al querido P. Hugo.

Reseña biográfica

El P. Hugo Francisco Muñoz Fuenzalida nació en Linares el 29 de diciembre de 1922. Realizó su noviciado en Jahuel en 1939, profesando por primera vez los consejos evangélicos el 31 de enero de 1940. Su profesión perpetua la realizó el 8 de enero de 1946 y fue ordenado sacerdote el 27 de noviembre de 1949 por imposición de manos de Mons. Pío Alberto Fariña y Fariña, Obispo auxiliar en ese entonces del Cardenal José María Caro, en Santiago. Fue un grupo de salesianos el que fue ordenado junto con él en ese día, entre los que se contaban los padres: Nicolás Cerisio (en Italia desde 1977), Antonio Grill (en el Oratorio Don Bosco, Santiago), Jerónimo Richini (en Italia desde el 2006); y otros ya fallecidos, como son los padres: Mario Guevara, Bogdan Metlika e Isidoro Muñoz.

El P. “Huguito”, como era conocido, estaba con su salud muy deteriorada producto de una serie de complicaciones internas antiguas y nuevas. Su cuadro se fue complicando sin dejar muchas alternativas a los médicos.

Era de una personalidad del todo particular, la que se mezclaba con el deterioro cerebral que tuvo producto de un accidente automovilístico sufrido hace más de 30 años, cuando acostumbraba a transportarse en motoneta. Recién sufrido dicho accidente, y luego de riesgosas y complejas operaciones cerebrales, tuvo prácticamente que aprender todo desde cero, desde hablar a saber reconocer cosas y personas. Nunca recuperó bien su memoria anterior, excepto el registro donde estaba almacenada la información del idioma francés, que lo hablaba y entendía a la perfección, cosa que conservó hasta el final de sus días.

Acostumbraba a alegrar las fiestas comunitarias, conclusiones de retiros espirituales, asambleas y capítulos inspectoriales con sus intervenciones en la flauta o flautín y con las rimas que improvisaba según fuera la ocasión. Su lógica no era ciento por ciento segura, pero se hacía entender y querer, haciendo cantar y reír de buena gana a toda una asamblea.

Su modo de razonar no lo llevaba a seguir mucho las normas o acuerdos de una comunidad o de la Inspectoría, pero Dios se las arreglaba para hacer el bien a través de su proceder. Tenía gran espíritu misionero que lo llevaba a pasar largos períodos de tiempo en las Termas del Flaco, en la cordillera de la sexta región, o animando la capilla de Puente Negro, cercana a dicha localidad. Llamaba la atención de los feligreses que ese curita, delgado y sutil, en medio de la misa hiciera gritar un “¡Viva Chile!” o un “¿Quién es Chile? ¡Colo Colo!…”, pidiera dinero para continuar con sus servicios misioneros en el lugar, o comenzara a tocar el flautín con los acordes de La Marseillaise. A su modo, logró construir una capilla en las Termas y en el pueblo, donde aún es recordado. Mientras hacía esos servicios, vivía con mucha austeridad y pobreza, alimentándose poco y mal, pasando alguna incomprensión.

Alguna vez se escapó de la comunidad en la que se encontraba, realizando largos viajes, como aquel en que apareció entre los salesianos de Buenos Aires, Argentina, aunque su intención era llegar a París. No fue fácil convencerlo de regresar.

Aunque para él todos los demás estaban enfermos, lo cierto es que su salud desde hace muchos años decaía poco a poco, con complicaciones estomacales entre otras que se agudizaban en algunos períodos. Siempre conservó la alegría y viveza chilena, su cercanía con los niños y jóvenes, especialmente los de las casas de formación. Cuando estaba entre los niños y jóvenes inventaba concursos para ganarse una fotografía en que aparecía un grupo de interesados; o les vendía algún caramelo o confite, no siendo siempre cancelado por los inmaduros compradores, y él hacía que anotaba la deuda en una particular y añosa libreta.

En todos estos años se pudo ver en él al buen salesiano, con espíritu de trabajo y piedad, con capacidad para hacerse parte de la comunidad, cercano a la gente sencilla y a los niños y jóvenes. Dios supo igual, a través de él, escribir derecho en reglones torcidos.