Maternidad una palabra vital

Biológica o espiritual, el compromiso que implica esta experiencia marca no solo la vida de las mujeres que la ejercen, sino también de quienes se hacen parte del vínculo, impactando en el desarrollo de nuestra sociedad.

La maternidad es una vivencia que ha logrado marcar el carisma salesiano desde sus inicios. La guía de Mamá Margarita, la orientación de María Auxiliadora en los sueños que marcaron la misión de Don Bosco y el cuidado de Madre Mazzarello por sus hijas (FMA), monumento vivo a la Virgen y un ejemplo de mamás espirituales para múltiples generaciones.

Debido a su relevancia social, la maternidad es un tema sobre el cual reflexionar de manera permanente. En este artículo abordaremos la expresión de esta experiencia en nuestro país, aquellas que aún son discriminadas, además de mostrar una poco conocida realidad que surge del cuidado de las almas de niños, niñas y jóvenes: las maternidades religiosas.

Ser madre hoy

“Mis hijos no están ni ahí con ser papás. Respeto sus prioridades, pero no saben lo que realmente se pierden”. Las palabras de Gerthie, de 56 años, no son un caso aislado. Hay una tendencia mundial a esperar más por la maternidad o descartarla. Razones como la realización personal, viajes, asegurar primero una estabilidad económica. La edad promedio para dar a luz en Chile son los 23,3 años, con un aumento considerable del segmento que tiene sus bebés después de los 35 años y cada vez menos antes de los 19.

Y aunque han surgido grupos defendiendo la opción de no tener descendencia, la realidad es que existe un pequeño aumento en el número de nacimientos en Chile, basándonos en las últimas cifras recogidas en 2018. En total fueron 221.724 recién nacidos. El segmento de las madres sobre 35 años representa un 19,4 por ciento del total. En 2003 era 16,2 y en 1990 apenas un 10 por ciento. La juventud inicia antes su vida sexual, pero tiene hijos en su etapa de mayor madurez.

La subsecretaria de Salud, Paula Daza, ha expresado que “hay menos embarazos antes de los 19 años (en los últimos 20 años se bajó de un 16,6 por ciento a un 7,8) y eso encuentra niños con madres más estables, quizás más preparadas”. Eso sí, el 73,3 por ciento de estos niños corresponde a madres solteras. ¿Y qué tan preparadas económicamente están estas madres? Son 111.202 con un trabajo estable versus 97.992 dueñas de casa o estudiantes. Prácticamente, la mitad no tiene estudios universitarios.

El apellido de Gerthie es Rojas y fue madre a los 19 años. “Era muy distinto a ahora”, apunta a la pasada. La encargada del EME salesiano cuenta que “mi mamá se casó a los 17 años y tuvo su primer hijo a los 21, después de un tratamiento. Su sueño era ser madre. Fuimos cuatro hermanos, no tuve mayores estudios, pero aprendí el oficio de modista y mi esposo trabajaba. El resto era mucho cariño. Antes uno no se preocupaba mucho de qué iban a tener los hijos, sabías que de alguna forma no les faltaría nada”.

Sus hijos superan los 30 años y ella confiesa que “converso con ellos y me da pena, porque creo que no podré ser abuela. Mis hijos siempre fueron de relaciones largas, pero no hablaban de tener niños. Primero está viajar, tener su departamento, una familia estable. Las nuevas generaciones quieren que sus hijos sean mejores que ellos, algunos también sienten que los niños son caros. Yo me dediqué a ellos, pero no me postergué nunca, me siento orgullosa de lo que hice. Lo disfruté. Ahora los tres son profesionales”.

Otra compañera de la comunidad EME es Miriam Sáez, de 63 años, quien tiene tres hijos y relata que “mi esposo trabajaba y yo me quedaba con ellos, los llevaba al colegio, los iba a buscar. Todos fueron al Salesiano. Como pasaban más tiempo conmigo, una ponía las reglas y le tocaba ser la mala de la película. Con el primero me equivoqué más, con el segundo fui más sabia y el tercero salió más independiente. Criar hombres te enseña siempre algo, porque como mujer no es tu mundo, lo vas conociendo”.

Sus hijos ya tienen 33, 38 y 40 años y expresa que “tengo siete nietos y también es una bendición. Mis nueras me dicen suegrita y son como tres hijas más. Los jóvenes hoy parecen tener otras prioridades, pero se pierden algo muy lindo. Ahora, si no están seguros de tener un hijo, mejor que esperen. Un hijo es una responsabilidad grande, desde el primer segundo. Ahora ya mayor, el nido te queda vacío, pero disfrutas cada visita; acá dedicamos nuestro tiempo a la pastoral y siempre hacemos cosas que nos llenan. No imagino una vida feliz sin mis hijos”.

La maternidad no puede expresarse en cifras, pero sus números dicen mucho. En Chile existen cinco millones 528 mil madres, que representan el 54,7 por ciento del total de mujeres en el país. Cambian las generaciones, impera la tecnología y no existe una sensación que se compare a esos nueve meses, dar a luz, criar, desvelarse, sonreír con cada pasito, con el diente que cae, con el título profesional, con el “te amo” más sincero de todos.

Maternidades defendidas, como María

Seguro voh vai al colegio, poh... -le decían algunos choferes, mientras le lanzaban las monedas del pasaje, recuerda María José Mansilla. Ella, con su uniforme escolar y su hija de meses en brazos, sufrió la discriminación en las micros amarillas por ser mamá adolescente.

María José a los 16 años dio a luz a su hija y, obviamente, no fue nada fácil. “Fue terrible, porque mi familia era muy conservadora y tenía altas expectativas para sus siete hijos. Yo ni siquiera tenía permiso para pololear. ¡Imagínate! Entonces, surgió en mí la no aceptación. Se me vino todo abajo. Estaba llena de miedo, pensaba que me iban a golpear y a echar de la casa. Y, para colmo, el progenitor no estaba presente y no quería saber nada de mí”.

Estaba en esa condición cuando supo de un programa que comenzaba a implementarse en un Cesfam (consultorio) de La Florida. “Era la primera generación de Emprende Mamá (proyecto de las Damas Salesianas). Ahí pude conocer chicas que estaban en mi misma situación. En el Emprende Mamá me dieron muchas herramientas para salir adelante, me hicieron ver que, tal vez, me costarían un poco más las cosas, pero que se podía. Además, me impulsaron a estudiar. Hoy mi hija ya tiene 18 años, yo soy educadora de párvulos y estoy haciendo un magíster en neurociencias”.

El caso de María José forma parte de la realidad de muchas mamás adolescentes de nuestro país. Un grupo de la población que ha ido disminuyendo en número, según el último Anuario de Estadísticas Vitales publicado por el INE. Este señala que en 2017 nacieron 17.369 niños de madres menores de 19 años (3.801 bebés menos que en 2016). De ellos, 472 fueron de mamás menores de 15 años. Y un dato opuesto, los hijos de mujeres mayores de 50 años aumentaron, registrándose 19 casos.

También ha crecido el número de hijos de madres inmigrantes. Del total de niños que nacen en Chile (221.731 nacidos vivos), el 14% corresponde a madres extranjeras. Esto ha hecho disparar nuevamente la tasa de natalidad que estuvo a la baja durante casi una década. De las mujeres inmigrantes, las de origen haitiano aportan un 21,1% de los nacimientos a nuestro país.

Una de ellas, Natalah Georges, llegó a Chile con cuatro meses de embarazo. “Me vine porque unos amigos me dijeron que acá había mucho trabajo y que pagaban muy bien. Yo quería buscar una vida mejor y tener a mi hija. Allá en Haití mi única opción era volver a la casa de mis papás en el campo. Yo vivía en la ciudad (Cabo Haitiano) y cuando fui a visitar a mi mamá, ella supo inmediatamente que yo estaba embarazada. ‘¡Estás comiendo mucho picante!’, me dijo. Ella se enojó mucho y hasta me pegó”.

Al llegar a nuestro país, Natalah se dio cuenta de que la realidad distaba mucho de los relatos de sus compatriotas. “Era todo muy distinto. Mi vida como mamá inmigrante ha sido muy difícil. Por ejemplo, cuando nació mi hija fui a buscar trabajo y me preguntaban ‘¿tienes hijo?’. ‘Sí’, les decía, ‘tengo una de seis meses’. Y ellos contestaban ‘nooo, va a pedir permiso todos los días. Por ahora, no tengo vacantes para ti’. Siempre me decían lo mismo”.

Hoy Natalah trabaja como personal de aseo en un Cesfam y su hija ya tiene cuatro años. “Yo salgo a las 6 am de mi casa. A las 6.20 paso a dejar a la niña al jardín y después tengo que caminar como 20 minutos para llegar a mi trabajo. El problema es cuando hay paro, no tengo con quién dejar a mi niña”.

Más allá de las dificultades, Natalah no quiere regresar. “Quiero quedarme en Chile y que mi hija crezca en este país. Ojalá pueda conseguir un trabajo mejor”.

Otro caso de mujeres que viven una maternidad compleja es el de las personas privadas de libertad. Cerca del 90% de las reclusas es madre y siete de cada 10 tienen hijos menores de edad.

A un año del inicio de la pandemia en Chile, la gran mayoría no ha podido ver a sus hijos, porque las visitas presenciales están prohibidas para niños menores de 14 años. De acuerdo con Gendarmería, durante 2020 estas mamás pudieron contactarse con sus hijos a través de videollamadas y visitas virtuales.

Otro dato: solo en 2020 fueron 260 las madres con hijos lactantes que ingresaron al proyecto Creciendo Juntos, una opción que da Gendarmería de Chile para que puedan tener un vínculo durante los dos primeros años de vida.

En este contexto del Covid-19, las mamás que son condenadas por la justicia deben decidir: o entran a la cárcel con sus hijos –y exponerlos a un posible contagio– o, drásticamente, no volver a verlos.

Cuida de ellas son mis hijas

Por Sor Catalina Báez, FMA

Hablar de nuestra identidad, para una Hija de María Auxiliadora, es necesariamente volver a la expresión que marca los inicios de nuestra familia religiosa. Una joven mujer que caminaba por las colinas de su pueblo escucha una voz: ¡A ti te las confío!

María Mazzarello tenía para ese entonces poco más de 23 años. El tifus que recientemente había asolado a su pueblo dejó estragos en su salud, y lo que para ella era su seguridad, trabajando en el campo, parecía ahora imposible con su actual estado. Esta voz llega acompañada de imágenes: un colegio, las niñas, el patio... y la voz tierna de una mujer, María, la Auxiliadora. Una visión que tendrá grandes consecuencias para la vida de María Mazzarello. De momento, la apertura inminente de un taller, espacio propicio para acompañar a la juventud, de la que ahora se sentía más que nunca responsable.

En 2013, el Papa Francisco hablaba a más de 800 religiosas en la asamblea plenaria de la Unión Internacional de Superioras Generales, se expresaba diciendo que “la consagrada es madre, tiene que ser madre”. ¿Qué habrá significado para aquellas mujeres consagradas escuchar esas palabras? No lo sabemos. Lo que sí sabemos es lo que pudo haber significado para una Hija de María Auxiliadora.

¿Cómo se puede ser madre, sin engendrar biológicamente hijos? La pregunta parece ya superada por la realidad. Vemos innumerables maternidades que sin engendrar se entregan generosamente al cuidado de la infancia. Solo que cuando pensamos en una religiosa, puede que las ideas se escapen y lo que pudiese ser muy obvio, a tal punto que a algunas nos llaman “madre”, se vuelve a la vez imposible, ante la imagen de una virginidad consagrada. Razón tenía el Papa Francisco en promover a las religiosas en la maternidad. Podríamos detenernos a pensar en aquellos rasgos que la definen. Entonces, claramente, las religiosas debiesen compartir tanto de ellos.

La convicción del Papa Francisco, sin embargo, no es nueva para nuestra familia carismática. De cierto modo, nuestra espiritualidad salesiana está trazada por la experiencia materna. El mismo Don Bosco creció al alero de su madre, Mamá Margarita, una mujer fuerte y dulce, que dejó grabado en su corazón el sello de una maternidad generosa, desmedida, desinteresada. A tal punto, que el mismo Don Bosco dirá que el Sistema Preventivo no es más que lo aprendido de ella.

En el corazón mismo de la familia salesiana, las Hijas de María Auxiliadora vivimos nuestra consagración, ofreciendo a Dios todo lo que somos. Nuestras fuerzas de vida y fecundidad, que Él mismo ha dejado en nuestra existencia. Como mujeres, todo nuestro ser está dispuesto para acoger la vida y hacer que la vida crezca desde lo más profundo de lo que somos. Consagrarnos es entregar a los hermanos esa preciosa intimidad, que nos permite no solo custodiar la vida, sino también cuidarla.

Las palabras de la Auxiliadora a María Mazzarello resuenan en la vida de cada una de sus hijas. Como una promesa de generación en generación: ¡A ti te las confío! Es la maternidad de María, la que nos inspira y nos modela como consagradas salesianas.

Antes de fundar nuestro instituto, Don Bosco tuvo un sueño. Se encontraba en la plaza Vittorio, en Turín, cuando un grupo de niñas lo rodeó gritando alegres y pidiéndole ayuda, que se hiciera cargo de ellas. Naturalmente distante de la juventud femenina, Don Bosco se niega a consentirlas. En medio de las niñas aparece una señora noble, con el rostro resplandeciente como el sol. Sus palabras: ¡Cuida de ellas, son mis hijas! La voz de esta mujer resuena en su corazón e inspira la creación de una familia religiosa para el bien de la juventud femenina.

Esta declaración de nuestra Auxiliadora es para nosotras religiosas el anhelo mismo de María, que queremos hacer vida en nuestras vidas. En el día de nuestra profesión hemos prometido a Dios ser Auxiliadoras como Ella. Cada niño, niña, adolescente o joven que llega a nuestras casas son los hijos de María, de los cuales también nosotras nos hacemos madres.

Vivimos, por tanto, nuestra maternidad, cultivando el arte de cuidar la vida de otros, que hemos aprendido, probablemente, de otras mujeres que libremente velaron por nuestro bien. Como consagradas, ofrecemos a la Iglesia, desde nuestra humanidad, el recuerdo perenne de un Dios que engendra vida para darla en abundancia. Una vida que es custodiada generosamente, que no retiene ni anula, que busca la plena realización del otro en su propia vocación.

Como Hijas de María Auxiliadora, compartimos aquella maternidad de María, que Ella misma nos ha regalado y confiado, una maternidad sin horizontes. Como Ella y junto a Ella, nuestra maternidad, ofrece un memorial de la delicadeza y de la fuerza del amor que Dios tiene por cada uno de sus hijos.

Por Alejandro Manríquez, Paulo Inostroza y Sor Catalina Báez (FMA)

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