La danza de los muchachos de bronce

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Mis queridos amigos lectores del Boletín Salesiano, les saludo desde la bella India. Me encuentro en Dimapur, Nagaland, en el noreste, en la frontera con otras naciones. Aquí donde la presencia salesiana ha puesto sólidas y bellísimas raíces y de gran fidelidad a Don Bosco.

Viendo las extraordinarias escenas de recibimiento que vivo en todo el mundo, me viene a la mente un símbolo del amor y del reconocimiento que los amigos de Don Bosco quisieron erigir justo delante de la Basílica de María Auxiliadora. El monumento dedicado a Don Bosco.

Dentro de pocos meses cumplirá cien años. No los demuestra esta obra que funciona como fiel guardián que da la bienvenida a todos aquellos que entran en la Casa Madre. Sucede a menudo que nos hemos acostumbrado tanto a verlo que le brindamos un vistazo rápido y seguimos derecho.

Y pensar que la idea de un monumento en esta plaza se le había ocurrido al mismo Don Bosco.

Un día, cuando había comenzado ya la construcción de la Basílica de María Auxiliadora, atravesando la plaza que entonces era aún de tierra sin compactar, Don Bosco se detuvo a contemplar las líneas de la fachada naciente y luego observó alrededor, con esa mirada soñadora y decidida que le era característica, y dijo al sacerdote que lo acompañaba: «Aquí en medio me gustaría levantar un monumento que representara a Moisés golpeando la roca, y de esta hacer brotar un venero de agua que fuera recogida por una pila».

Hoy, hay un monumento en medio de la plaza. No es exactamente lo que imaginó Don Bosco, pero expresa algo más.

La epopeya de la obra salesiana

10 de septiembre de 1911. La idea de un monumento a Don Bosco con motivo del primer aniversario de su nacimiento surgió en el Congreso Internacional de Exalumnos. Adhirieron a la iniciativa inmediatamente muchos personajes de todo el mundo. El municipio de Turín concedió el espacio y un pequeño aporte. Se llevó a cabo un concurso en el que participaron artistas de todo el mundo. Se eligió el proyecto presentado por el escultor Gaetano Cellini de Ravenna.

Todo estaba listo, pero la Primera Guerra Mundial hizo que se suspendiera la inauguración, la cual tuvo lugar hasta las 11 horas del 23 de mayo de 1920, vigilia de la fiesta de María Auxiliadora. Cuando cayó el velo que cubría el monumento, las miles de personas presentes estallaron en un convencido y conmovedor aplauso.

Moldeada en bronce y soportada sobre robusto granito se halla la epopeya de la obra salesiana.

En alto, la suave y sonriente figura de Don Bosco está circundada por una corona de muchachos, que, pareciera, danzaran entorno a él. Don Bosco hace un gesto muy expresivo: pareciera que quisiera levantar a uno de los muchachos. Es un magnífico símbolo de su misión y de la Congregación: la palabra educar significa precisamente levantar, elevar, hacer crecer. El tono es gozoso, justo el de la espiritualidad salesiana, donde el clima de amistad entre el educador y el joven es de gran ayuda para el crecimiento personal. Crecer en la fe, incluso teniendo un guía, no será posible si no hay verdadera amistad, comunión, influjo recíproco; una amistad que llega a ser verdaderamente espiritual. La relación entre el formador salesiano y los jóvenes debe estar caracterizada por la “más gran cordialidad”, pues, la familiaridad conlleva amor, y el amor conlleva confianza. Los muchachos miran a Don Bosco llenos de confianza, pues están seguros de ser amados.

El espejo

Abajo, un magnífico grupo representa la humanidad que se inclina a besar la cruz que le es presentada por la fe. «Esta sociedad, en su origen, era un simple catecismo», atestiguó Don Bosco. Esto lleva a los orígenes y a las raíces de la Congregación Salesiana. De Don Bosco ha aprendido la pasión evangelizadora para llevar a cada muchacho, a cada persona, al encuentro con Jesús.

En los dos altorrelieves del frente están, a la derecha, una madre con un bebé en brazos que manda besos a Don Bosco; a la izquierda, un pobre leproso que mira con reconocimiento a su benefactor.

A los lados, dos de los “amores blancos” promovidos por Don Bosco, la eucaristía y la Auxiliadora están fundidos en la idea de la misión “ad gentes” y en la de la familia.

En la parte posterior, tres bajorrelieves recuerdan lo que los salesianos han realizado y realizan para la asistencia a los migrantes. Los de ayer y los de hoy. Pienso en cuántas casas salesianas, en todo el mundo, que tienen las puertas abiertas para migrantes de toda edad. Pienso en los campos de refugiados y en las casas familia. A los costados están representadas las escuelas profesionales y agrícolas. Cada día, miles de jóvenes entran en nuestras casas para volverse “buenos cristianos y honrados ciudadanos”.

Como en un juego de espejos, justo a la espalda de la figura de Don Bosco, al centro de la fachada de la basílica, se alza claramente la estatua de Jesús con los niños. «Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos» (Mc 10,14). En todo el mundo he visto a los hijos de Don Bosco realizar las palabras de Jesús con inmutable pasión. Por ello, parten todavía de aquí los nuevos misioneros y misioneras.

He visto, sobre todo, el infinito reconocimiento de innumerables hombres y mujeres por todo aquello que han recibido en el nombre de Don Bosco. Y cuando llego a una casa salesiana, en cualquier nación del mundo, me parece volver a ver en torno a mí la ronda de niños del monumento. Con aquel gozo satisfecho que deseo a todos ustedes.

Por, P. Ángel Fernández Artime, Rector Mayor de los Salesianos

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